Cada vez más investigadores, potenciales usuarios o simples curiosos hablan de la quinina, recordando su antigua fama de remedio milagroso que los reyes de España consideraban como una de las mayores riquezas de sus posesiones en América.
"Aún hoy los tacanas [indígenas amazónicos de Bolivia] son los que mayormente la utilizan para el tratamiento de la malaria, pero ellos conocen la dosis para evitar la intoxicación. También algunos kallahuayas [médicos indígenas] la manejan", comentó.
El árbol de la quina (Cinchona officinalis) es originario de los bosques tropicales ubicados al pie de la cordillera de los Andes, principalmente en los llamados yungas de Bolivia, Perú y Ecuador, que por su intensa explotación está actualmente considerado en peligro de extinción, señaló la experta.
Según los investigadores bolivianos Edgar Ruiz Botello y Marwin Ruiz Botello, el nombre científico del árbol haría referencia a la esposa de un Virrey de Perú o conde de Chinchón, quien fue curada de fiebres, fuertes dolores y convulsiones con quinina provista por indígenas.
González apuntó que el apogeo de la explotación de corteza de quina para la producción de quinina en Bolivia duró hasta la década de 1930, cuando el alcaloide fue sintetizado por industrias que lograron la producción de la cloroquina, y luego la hidroxicloroquina.
Curiosamente, señalaron los Ruiz Botello, el negocio de la quina en Bolivia tuvo un fugaz repunte en las décadas de 1960 y 1970, cuando se intensificó en uso de la quinina para curar de malaria a los soldados estadounidenses en la Guerra de Vietnam, con preferencia sobre la cloroquina sintética.
"Luego del apogeo que hubo en los 30 para la síntesis de medicamentos contra la malaria, ninguna compañía nacional ni universidad han continuado la línea de estudio", observó la biotecnóloga, señalando como contraste el éxito de un proyecto boliviano de investigación de otra planta nativa, la chilca, que introdujo al mercado un producto contra inflamaciones musculares.
Así, de ser un medicamento tradicional de uso frecuente hace casi un siglo, la quinina ha pasado a ser un producto casi marginal.
"En Bolivia no hay productos comerciales de este árbol [quina], primero porque está en peligro de extinción y, por la misma razón que no se aprovecha el potencial farmacológico de otras plantas nativas, porque tampoco se desarrollan aplicaciones comerciales. Seguro existen algunas cremas caseras de venta muy reducida para personas con reuma; sin embargo no hay verdaderos estudios de su potencial a otro nivel que no sea el uso local y tradicional", dijo.
Tampoco hay una reglamentación nacional específica sobre la explotación y la conservación del árbol de quina, anotó.
La entrevistada señaló, citando a María Teresa Áñvares, directora del Instituto de Investigaciones Farmaco-Químicas de la UMSA, la universidad estatal de La Paz, que trabajos como el de la chilca no se han repetido, porque la industria local no invierte para descubrir nuevos compuestos que podría patentar de manera conjunta con la universidad.
Y por su parte la universidad tampoco apoya a los investigadores para poder patentar ciertos descubrimientos, señaló.
"Para no depredar, muchos de estos compuestos [extraídos de los bosques], luego de ser identificados, pueden ser sintetizados a través de la biotecnología, pero éste es el otro agujero negro, donde la normativa y la política en ciencia y tecnología son inexistentes en el país", añadió.
Entretanto, la amplia información en medios y redes sociales sobre el supuesto efecto positivo de la hidroxicloroquina contra la COVID-19 ha agotado las existencias de ese fármaco en el país, poniendo en dificultades a sus usuarios habituales, en particular quienes padecen enfermedades autoinmunes como el lupus, según reportes médicos.