Tras un mes de estado de alarma, Zahara de la Sierra no contabiliza ni un solo contagio. Ninguno de sus casi 1.500 habitantes ha dado positivo y el pueblo conoce el desbordamiento de los servicios sanitarios a través de la televisión o de los vecinos que trabajan en hospitales y centros médicos de alrededores.

No obstante, la población gaditana no es una desconocida. Marcada en las guías turísticas, esta forma parte de la Ruta de los pueblos blancos, que recorre la comarca de la Sierra en Cádiz y la Serranía de Ronda en Málaga. Además, Zahara de la Sierra suele aparecer en los listados de los pueblos más bonitos de España y en las recomendaciones de guías y puntos de información.
Antes de que se decretara el estado de alarma, este municipio de la Sierra de Grazalema estaba preparado para enfrentarse al virus. El Ayuntamiento había confeccionado una batería de medidas para que Zahara de la Sierra hiciera honor a su denominación de pueblo fortaleza. La primera crear un servicio de entrega a domicilio completamente gratuito, operativo mañanas y tardes.
"Para evitar las aglomeraciones en supermercados y las salidas innecesarias, preparamos un sistema público-privado para llevar las compras a casa. Funciona con las cadenas de alimentación, pero también con la farmacia o la tienda de informática", explica Galván.
Un refuerzo a la cuarentena, respetada por los vecinos, que acentúan mediante la vigilancia de los accesos a la localidad. No pueden impedir a los zahareños que trabajan fuera que no salgan, pero sí que las personas no censadas entren en el pueblo. Para ello, se reorganizó el tráfico y se dejó una única entrada y salida de las cinco existentes. Un procedimiento que, según el alcalde, solo es posible por "la orografía de la población" y "la inexistencia de una carretera nacional, autonómica o provincial que la atraviese".
Junto a la puerta de entrada al pueblo, además de un control de seguridad, se ha instalado un punto de desinfección. De esta forma, cada vez que se dispone a pasar un auto, un grupo de personas enfundadas en un equipo de protección individual (EPI) se acercan con manguera en mano a acabar con cualquier resto de SARS-CoV-2 adherido al coche. "Los voluntarios y trabajadores municipales con una máquina oruga desinfectan con agua, lejía y cloro todos los vehículos del pueblo. Por la noche y festivos, utilizamos un arco de desinfección que expulsa el líquido con un sensor para limpiar a todo el que pase por allí", afirma Galván.

Solidaridad vecinal
Además de a pinsapo, Zahara de la Sierra, ahora, huele a lejía. Las tareas de desinfección no se reducen a la entrada de la localidad y cada lunes y jueves a las 17.30h un grupo de 10 personas salta a la exterior para limpiar el pueblo. De arriba a abajo, con tractores y equipos a presión, esta unidad de zahareños esteriliza todos los rincones y recovecos de las serpenteantes calles de la población andaluza. Su alcalde dice que “hasta limpian manualmente los pomos de las puertas”.
Tarea a la que están apuntadas 36 personas, entre ellas los dos policías municipales del pueblo, el teniente de alcalde y el propio Santiago Galván. Y no hay más hueco. "Hemos tenido que decir que no necesitamos a más gente, porque no hay más EPI. Muchos se han quedado en la reserva. Es increíble la colaboración ciudadana", confirma el líder del consistorio municipal.







Una comunidad de vecinos que donó más de 1.000 euros en una semana al Ayuntamiento para luchar contra el coronavirus y que es prioridad del gobierno local.
Así, a lo largo de la próxima semana, cada habitante censado de Zahara de la Sierra recibirá dos mascarillas. "Hemos fabricando 3.000 mascarillas reutilizables, hechas bajo los protocolos sanitarios. Repartiremos dos mascarillas por persona censada, así pueden desinfectar una, mientras utilizan la otra. A la gente que trabaja les daremos tres mascarillas", asegura Galván.
Un programa de actuación municipal que tampoco se olvida de los más pequeños. El consistorio, al ritmo de las notas, quiere poner color al gris impuesto por el coronavirus en las encaladas calles de Zahara de la Sierra. "En referencia a los niños, salimos con un coche con música y les felicitamos el cumpleaños", asevera Galván.
Ayudas económicas
Pero, Zahara de la Sierra no solo quiere ser inexpugnable para el SARS-CoV-2. También para un enemigo que llama a la puerta y que es más complicado de detener: las consecuencias económicas.
Según Santiago Galván, el 90% de los zahareños viven del turismo. El otro 10% de la ganadería y la agricultura. Una mayoría que trabaja en alguno de los cinco hoteles y 19 restaurantes con los que cuenta la población. Negocios cerrados por el estado de alarma y que se protegen de las perdidas bajo el paraguas municipal, en forma de medidas económicas.
"Vamos a pagar los impuestos a los negocios locales, además del agua y luz a los pequeños autónomos del pueblo. También hemos eliminado la tasa de veladores para los bares y restaurantes durante todo el año para que no paguen nada", remarca el alcalde de la localidad.
Sin embargo, estas son insuficientes. Galván cree que cuando la situación se normalice el respeto de las distancias de seguridad entre personas se mantendrá, al igual que se limitará el aforo en establecimientos como bares. El turismo descenderá y mermará económicamente los negocios de Zahara de la Sierra. Por ello, pide una mayor colaboración de todas las instituciones: "Hasta 2021 tendremos la palabra turismo vetada. Nosotros vivimos de esto, al igual que muchas localidades de España. Estamos preocupados y complementaremos nuestras ayudas con las del Gobierno y las de la Junta de Andalucía. Todas las administraciones tenemos que hacer un esfuerzo para apoyar a los autónomos y al turismo".
Una velocidad que se contrapone con el suave mecer de los pinsapos, esos árboles casi endémicos de la Sierra de Grazalema. Parece que el tiempo se ha detenido en las centenarias calles de Zahara de la Sierra, que, encaramada en la montaña, se mantiene impasible al avanzar de las agujas. El ruido de las mangueras y el destello azul de los EPI al Sol devuelve al presente a aquel lugar que, al abrigo de las cumbres, es un bastión contra la realidad.