La tremenda situación que vive la ciudad de Guayaquil, con cadáveres abandonados en las calles o los trapos rojos en las ventanas de las casas colombianas del municipio periférico de Soacha, son muestras palpables de un abandono estatal de siglos.
La Universidad Federal Rural de Rio de Janeiro, que tiene un largo trabajo en la Baixada Fluminense, la región más pobre de la ciudad compuesta por una decena de municipios y tres millones de habitantes, sostiene que "se registra una falta histórica de datos y de indicadores específicos que permitan formular políticas para enfrentar su dramática realidad social".
No es un tema menor ya que los Estados desconocen, literalmente, cuántas personas viven en los barrios más pobres, qué necesidades tienen y por eso están muy lejos de poder hacer algo eficiente.
Mientas la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda ocho camas de hospital cada mil habitantes (en Brasil es de 2,2), en algunos municipios de la Baixada Fluminense, como Seropédica e Itaguaí, hay apenas 0,3 a 0,8 camas cada mil habitantes.
Desde la favela Maré, en Rio de Janeiro, Timo Bartholl explica a Sputnik las dificultades para lavarse las manos en zonas donde no hay agua, donde la población necesita salir a vender para poder comprar alimentos, porque casi todos son informales. Los pequeños grupos de activistas, como Roça que procesa cerveza artesanal y ahora entrega canasta de productos orgánicos a las familias, intentan paliar la absoluta ausencia de las instituciones estatales.
En Paraisópolis, una de las mayores favelas de Sao Paulo, la comunidad transformó 420 pobladores en "presidentes de calle" para que cada uno haga el seguimiento de 50 viviendas. Cuando se identifica un caso de coronavirus, se les ofrece orientación y se les pide quedarse en la casa. Si el enfermo agrava, se le busca una ambulancia.
También hacen un seguimiento de las familias que perdieron el empleo. La presidenta de la Asociación de Mujeres, Elizandra Cerqueira, explica que "sólo en comunidad vamos a poder superar este desafío, ya que las personas aquí trabajan por día, en servicios y mantenimiento, y ahora ya no tienen ingresos".
Paraguay
En los Bañados de Asunción, la capital paraguaya, donde viven 100.000 personas en situación de extrema precariedad agravada por las inundaciones estacionales del río Paraguay, los vecinos instalaron decenas de ollas populares porque el Estado se demoró casi tres semanas en enviar víveres, siempre insuficientes.
Las vecinas, porque en su inmensa mayoría son mujeres, gestionan once ollas populares en siete barrios del Bañado Sur. Cada una da de comer a un promedio de 100 a 180 familias, dando prioridad a niños y ancianos. "No se mantienen ni por el Estado ni por la politiquería sino por el apoyo de gente trabajadora, de gente de afuera del barrio que recoge alimentos desde hace más un mes", dice Giovanna.
Argentina
En la periferia de la ciudad de Buenos Aires, donde el Estado dice haberse volcado desde la crisis de 2002, la situación es grave, porque además las autoridades no conocen la realidad. En algunas villas como la 21, en el barrio porteño de Barracas, los movimientos sociales territoriales y las parroquias se están organizando para reclamar alimentos y para distribuirlos cuando llegan.
La participación de las iglesias locales y de los movimientos sociales, fue la forma que encontraron de hacer llegar la ayuda a cada familia en las villas, que viven en callejones desconocidos incluso para los trabajadores sociales del Estado y hasta para la policía.
"El gobierno no entiende la situación de los barrios populares, no estaba y difícilmente pueda estar", sentencia el padre Carlos.
Me parece necesario reflexionar que la mentada ausencia del Estado, se relaciona no sólo con la escasez material de alimentos y de recursos sanitarios, sino con un algo más que es el momento de clarificar.
Por eso triunfó el lema "quédate en el barrio", que responde a la lógica comunitaria de los pobres, que no tienen calefacción o aire acondicionado, ni internet ni una computadora por persona. Por eso apelan a los movimientos y a los curas villeros.
"Ellos no entienden los barrios, pero saben que nosotros sí. Por eso nos escuchan y conseguimos recursos", sigue el padre Carlos.
La segunda cuestión, mucho más profunda, es que las autoridades tienen miedo de los pobres, a quienes tratan como si fueran una nación extraña. Por eso llenan los barrios de policías y militares, un recurso que no suelen utilizar del mismo modo con las clases medias.