A 1 de abril y con la cifra oficial de infectados por COVID-19 en el mundo rondando el millón de personas, cabe ya establecer comparaciones entre las diversas medidas adoptadas por los distintos países.
La rapidez es el factor primordial
La celeridad en la aplicación de medidas restrictivas a la libre circulación de personas difiere enormemente si analizamos por un lado los casos de España e Italia, y los de China, Corea o Israel por otro. China puso en cuarentena a toda la provincia de Hubei (58 millones de habitantes) el 23 de enero, cuando sólo se habían declarado oficialmente 443 casos de infección y 17 fallecidos. Por el contrario, España (46 millones) decidió confinarse el 14 de marzo, cuando contabilizaba 121 muertes y cerca de 5.000 contagios. Es decir, su respuesta fue más lenta que la china.
En Europa, Rusia estableció cuarentenas similares a todo aquel que regresara de viaje proveniente de China, Italia o España. Mientras tanto, los expertos de la OMS aconsejaban actuar con rapidez, primando la celeridad sobre el margen de error. Las cuarentenas en España se realizan en los domicilios, aumentando así el riesgo de infección al resto de familiares. En China no; allí se aísla en otro lugar incluso a aquella personas que presenten síntomas leves. En Corea del Sur, además, esta reclusión aislada se confirma a las autoridades mediante datos GPS.
Medidas sanitarias
También aquí el factor del tiempo es la característica esencial. China procedió de inmediato a controlar la temperatura corporal de sus ciudadanos incluso fuera del foco de Hubei. A la salida de aeropuertos, a la entrada de edificios públicos, en cualquier sitio el termómetro era inevitable ya desde enero.
Cuando España y el país transalpino registraron sus primeros positivos (ambos el 31 de enero), en Israel comenzaron a prepararse en vistas a su primer caso, detectado el 21 de febrero. Esto devino en el cierre de centros educativos cuando ya contaban 109 casos (13 por cada millón de habitantes). En comparación, la Comunidad de Madrid clausuró los propios cuando la cifra ya ascendía a 782 (una ratio de 117). Es decir, la toma de medidas en España es gradual, mientras que en países como China o Israel es casi inmediata, de golpe.
El factor tecnológico
China y Corea se distinguieron enseguida por la aplicación de las nuevas tecnologías de comunicación para instaurar sistemas de seguimiento y control de sus poblaciones incluso antes de que la OMS declarase el estado de pandemia global. El Estado hebreo no les fue a la zaga. Allí se utiliza una aplicación para telefonía celular de la Agencia de Seguridad de Israel, creada en principio para la lucha antiterrorista. Rastrea tu posición geográfica y tu lista de contactos, de manera que cuando uno de ellos da positivo por COVID-19, el Gobierno te avisa de la contingencia. ¿Críticas por inmiscuirse en la privacidad de cada cual? En su momento, todas.
En Corea del Sur utilizan Corona 100m, una aplicación que da acceso a bases de datos gubernamentales para que los usuarios comprueben la cercanía física de los contagiados por el virus. Su sistema de alerta avisa cuando uno se halla a menos de 100 metros de un lugar visitado por un infectado, del que proporciona la fecha en que enfermó, su edad y parte del historial de su geolocalización. En cambio, sólo muy recientemente (el 28 de marzo) el Gobierno español encargó a la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial el desarrollo de iniciativas en este sentido.
💪Un día más es un día menos. Detener al #COVID19 es nuestra absoluta prioridad.
— S.E. Digitalización e Inteligencia Artificial (@SEDIAgob) April 1, 2020
Quédate en casa. Por ti, por todos y todas.#EsteVirusLoParamosUnidos pic.twitter.com/9OMetqf3kB
Con todo, en Israel afirman no haber hecho nada realmente diferente a otros países, si bien con mayor rapidez. Si el control de China sobre sus ciudadanos puede ser absoluto en estas circunstancias, no sucede otro tanto con las poblaciones de España e Italia, donde abundan los casos de insumisión durante la etapa de confinamiento. En este sentido, Israel también tiene un problema con su comunidad ultraortodoxa (cerca del 20% de la población hebrea, pero el 50% de sus infectados), pues tiene hábitos de higiene y convivencia totalmente distintos, más difíciles de controlar, habida cuenta de su animadversión a los adelantos tecnológicos (no portan teléfonos celulares).