Esta rotura brusca y repentina de la cotidianidad ha venido agravada por la sobreexposición informativa y por la falta de preparación de las instituciones y los ciudadanos para hacer frente a una amenaza desconocida e invisible pero real y potencialmente mortífera.
Todos los españoles deben permanecer confinados en sus casas al menos durante 15 días, a partir del 16 de marzo, pero el plazo no terminará, probablemente, en esa quincena y se prolongará otro tanto con el apoyo del Parlamento.
El Ejecutivo central se ha convertido, de hecho, en la autoridad competente en todo el Estado español para atajar la crisis sanitaria desatada por la propagación del virus. El presidente socialista Pedro Sánchez y su equipo ministerial están autorizados a tomar todas las medidas oportunas y necesarias para conseguir ese complicado fin. Ya han desplegado un millar de efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) en las principales ciudades del país para que se cumplan las órdenes de confinamiento de decenas de millones de personas y para desinfectar las zonas críticas como las estaciones de ferrocarril o de autobuses.
Además, los transportes han sufrido de manera muy sustancial los efectos de este nuevo contexto. Se han limitado o reducido los transportes públicos y privados de personas para priorizar los de mercancías por carretera o por ferrocarril ya que de estos últimos depende mayormente el abastecimiento de productos de primera necesidad como medicinas o alimentos. La frontera con Portugal permanece cerrada hasta nueva orden.
Políticos retratados
El decreto de estado de alarma generó una oleada de reacciones políticas y puso a más de uno en su lugar. El presidente de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, criticó agriamente las medidas, denunciando que "confiscan competencias" políticas y buscan la recentralización del Estado. Los medios de comunicación independentistas catalanes las calificaron de "lamentables" e "irresponsables".
El freno a la libertad de movimientos va a poner a prueba la madurez y resiliencia de la sociedad española durante un periodo de tiempo aún no calibrado. La histeria puede hacer más daño que la infección. Como dijo el presidente Franklin Delano Roosevelt en tiempos de la Gran Depresión, "a lo único que hay que temer es al miedo".
El confinamiento obligatorio va a pasar factura en muchos hogares, despertando comportamientos tóxicos, fobias, frustraciones, dramas. Por no hablar del gigantesco coste económico en términos macro y micro. Vienen tiempos muy duros. Sombríos.
Otro tipo de interacciones
Pero este nuevo ambiente, que ya no es surrealista sino crudamente verídico, también ha empezado a activar otras formas de interacción, reacciones creativas y altruistas. El ser humano tiene una enorme capacidad de adaptación. Es algo genético, consustancial a su evolución biológica.
📎📷🎥 Las multiples formas a las que recurren los españoles para afrontar el régimen de cuarentena 🇪🇸💪
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) March 16, 2020
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Son agradables y reconfortantes las muestras de afecto y solidaridad que ya se han producido en las primeras horas del encierro colectivo, cuando miles de personas se asomaron a sus ventanas y balcones para aplaudir a los trabajadores de la sanidad pública y privada que sienten el embate de la epidemia en las salas de urgencia. A la noche siguiente, los homenajeados fueron los empleados de los supermercados y tiendas de alimentación, en otras palabras, aquellos que trabajan cara al público y están más expuestos.
"Con esta crisis se van a rectificar los principales errores de la globalización. No se puede depender de un solo país. La deslocalización salvaje ha sido un error", comenta el veterano periodista económico Mariano Guindal, quien ya ejercía este oficio en 1973, cuando el grupo terrorista vasco ETA asesinó con un coche bomba al almirante Carrero Blanco, heredero de Franco.
No es extraño que en España se haya disparado, como un cohete, el número de contagios porque la sociabilidad es parte del ADN nacional. Eso lo compartimos los españoles con los latinos.
"Las normas sociales son más flexibles aquí [en España] y en Perú que en Europa donde las relaciones son más secas. Aquí la gente necesita hablar, necesita verse, necesita hablar. Es parte del acervo cultural. No es mejor ni peor, es diferente", afirma Álvaro, un español casado con una peruana desde 2003 y que ahora está confinado en una pequeña habitación por sospecha de coronavirus.