El presidente turco lanzó este claro aviso de navegantes después de anunciar que el Gobierno de Ankara no puede cumplir el acuerdo suscrito en 2016 con la UE para frenar el flujo migratorio. Erdogan pronunció estas palabras en una alocución televisada en la que subrayó que no podían asumir una nueva oleada de ciudadanos sirios, lo que produjo un inmediato efecto llamada.
Turquía ya da cobijo a 3,7 millones de refugiados sirios, así como a miles de ciudadanos de otros Estados como Afganistán.
El jefe del Estado turco acusó al club comunitario de no haber brindado suficiente ayuda para reasentar a los refugiados en "zonas seguras" dentro de Siria.
"O llevamos a estas personas a una vida digna en su propia tierra, o todos recibirán su parte de esta carga. Ha terminado el período de sacrificio unilateral", enfatizó el exalcalde de Estambul durante el transcurso de una reunión celebrada en la capital de su país.
Ante esta clara denuncia de inacción, el presidente del Consejo Europeo, el belga Charles Michel, la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, viajaban de urgencia a la frontera entre Grecia y Turquía, acompañados del primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, para comprobar la delicada situación, que se ha deteriorado súbitamente pues la Policía utilizó gases lacrimógenos para detener el desesperado avance de los migrantes.
Los agentes helenos pararon a casi 10.000 personas que querían atravesar la demarcación internacional en un lapso de 24 horas. Algunos de los migrantes se mostraron violentos y lanzaron piedras y barras metálicas a los guardas fronterizos, que respondieron con material antidisturbios.
La UE, acusada de crímenes contra la humanidad https://t.co/hrD8S8mo8M pic.twitter.com/LHh8IRsKi7
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) June 4, 2019
El mencionado plan de 2016 no era una solución a la crisis migratoria. Sólo era un parche, sólo contenía el problema más allá de los límites de Europa a cambio de un buen saco de dinero: 6.000 millones de euros, la mitad ya entregada. Un montón de plata para acallar las conciencias de los europeos pues el acuerdo estipulaba que los refugiados sirios que llegaran a las islas griegas debían regresar a Turquía.
El programa redujo bruscamente el número de personas que intentaban cruzar en balsas o embarcaciones ligeras las aguas del mar Egeo a la búsqueda de un futuro mejor.
Grecia no permaneció impasible. En un duro comunicado, las autoridades de Atenas acusaron a las Ankara de haberse convertido en "un traficante" de personas que no doblega a las potentes mafias que trabajan lucrándose con los sueños de gente necesitada y vulnerable.
Los griegos bloquearon cualquier nueva solicitud de asilo hasta el mes próximo, debido a lo que llaman la "naturaleza coordinada y masiva" de la migración ilegal procedente de la vecina Turquía.
"Esta reubicación de personas no tiene nada que ver con el derecho internacional con respecto al derecho de asilo, que se refiere solo a casos individuales", enfatizaba el comunicado griego.
El Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas subrayó que Grecia no tenía justificación legal para suspender los procedimientos de asilo.
Razones para la furia de Erdogan
Erdogan debe estar más que furioso y está pagando su rabia con el eslabón más débil de la cadena. Su enfado es lógico, porque Turquía no sufría desde hace décadas tantas bajas mortales en un solo día de batalla, más bien en una sola operación.
El ataque aéreo que mató el pasado 27 de febrero al menos a 33 soldados turcos en la provincia siria de Idlib, situada al noroeste del país, no sólo tiene consecuencias militares sino también políticas, pues ha transformado el discurso de Erdogan, quien apunta ahora a Europa y amenaza con romper las reglas de juego. Esta narrativa poco responsable no ha hecho más que activar una nueva oleada migratoria.
En Lesbos cientos de solicitantes de asilo que esperan noticias se suelen manifestar casa día por sus miserables condiciones de vida. El campo situado a las afueras de la aldea de Moria es el mayor centro de recepción de inmigrantes del Viejo Continente. Resulta muy revelador que su imagen satelital está pixelada en la aplicación Google Maps.
El campo de Moria acoge a unas 20.000 personas, de 64 naciones diferentes, incluida Siria, pero también Afganistán, Irak o Angola. Está completamente colapsado pues fue construido inicialmente para alojar a 3.000 personas. Su mera existencia simboliza la nefasta respuesta de la Unión Europea al enorme desafío migratorio que tiene a sus puertas.
Erdogan es perfectamente consciente del gran poder que tiene en sus manos al gestionar el destino de cientos de miles de personas desatendidas que esperan cruzar al otro lado. Siempre ha utilizado esa carta para presionar a sus vecinos europeos. Ahora lo ha vuelto a hacer, al instrumentalizar la desgracia ajena, presionando a Alemania y desatando la ira de Angela Merkel.
La canciller germana calificó de "inaceptable" la posición de Erdogan por "aprovecharse de los refugiados", pero las voces de su propio partido democristiano, e incluso ella misma, parecen proclives a negociar otro paquete de ayuda a Turquía, es decir, a firmar otro talón bancario con muchos ceros a la derecha que evite la entrada de refugiados.
Eso sólo aplazará, de nuevo, el problema. Una solución real pasaría por la creación, con la colaboración de la comunidad internacional, de una zona de protección en el norte de Siria para reubicar a miles de refugiados.