La región, un avispero histórico, se encuentra inmersa en una escalada dramática de enormes implicaciones y consecuencias imprevisibles.
Soleimani, de 62 años, fue aniquilado en un ataque con dos misiles lanzados el 3 de enero por un dron MQ-9 Reaper de las Fuerzas Armadas estadounidenses. Acababa de aterrizar en el aeropuerto de Bagdad procedente de Siria o Líbano. Junto con él cayeron en el mismo convoy de coches otros destacados miembros militares, especialmente Abu Mahdi Muhandis, vicecomandante de las milicias proiraníes que combaten en Irak, las Unidades de Movilización Popular.
Las autoridades de Irán pueden vengarse con relativa facilidad y hacerlo sobre los dos aliados estadounidenses presentes en la región: Israel y Arabia Saudí. O apuntar a Europa o a Latinoamérica, donde la Casa Blanca también tiene intereses estratégicos. Podrían esperar a un momento más adecuado, es decir, no actuar inmediatamente. Pero también podrían responder en caliente. Sea de una forma o de otra, son capaces de hacer mucho daño. Las opciones que manejan son múltiples: minar el golfo Pérsico o bloquearlo en el estrecho de Ormuz; bombardear posiciones norteamericanas en Irak, donde el Pentágono aún mantiene 5.000 soldados; apuntar a diplomáticos u occidentales en Oriente Medio…
Las autoridades iraquíes, por su lado, también se desmarcaron de un ataque que no dudaron en tachar de "criminal". En el otro lado de la balanza, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, aplaudió la ejecución alegando que EEUU tiene "derecho a la autodefensa" ya que Soleimani planteaba "más ataques" contra intereses estadounidenses. Netanyahu está actualmente en una incómoda posición política y busca la inmunidad parlamentaria, acusado de delitos de corrupción. Todo esto le da bastante oxígeno.
El precio del petróleo y del oro comenzaron muy pronto a subir como dos claros indicadores económicos de la fuerte tensión regional, un sentimiento de preocupación que se extendió a las tropas de la ONU que vigilan las fronteras meridionales del Líbano, entre las que se encuentran efectivos de 45 países, incluidos Brasil, Colombia, Guatemala, El Salvador, España, Perú y Uruguay.
Tampoco es descartable que este calor súbito prenda los rescoldos aún humeantes del Estado Islámico (grupo terrorista proscrito en Rusia), derrotado en los campos de batalla de Siria e Irak.
Aniquilar a Soleimani ha sido un paso muy arriesgado, una acción mucho más peligrosa que acabar con Osama bin Laden o Abu Bakr Bagdadi porque ninguno de estos dos últimos terroristas tenía detrás ni el poder ni los recursos de un Estado legítimo.
El nuevo contexto creado en la zona puede desencadenar, además, que el Gobierno de Irak ordene a los militares estadounidenses replegarse de su país, una meta ambicionada por los chiíes, la rama musulmana mayoritaria en Irán, entre la población iraquí y entre sus fuerzas armadas. Si los norteamericanos abandonan sus cuarteles y plazas fuertes en Bagdad y en Basora, eso tendrá efectos determinantes en el futuro de Siria ya que esta depende logísticamente de Irak.
Resulta evidente que Trump ha desatado la operación con un doble propósito. Primero, para colocar en segundo plano el proceso de 'impeachment' que actualmente pesa sobre él y que debe aún pasar el trámite del Senado. Es la cortina de humo perfecta. Eso de lanzar misiles en mitad de un proceso de destitución ya lo empleó el presidente Bill Clinton el 16 de diciembre de 1998 cuando autorizó una ola de ataques aéreos contra el Irak de Sadam Husein.
"Cuando atacas un avispero y matas a la reina, debes estar preparado para las picaduras de las enfurecidas avispas", advierte el politólogo español Pedro Baños Bajo. La pregunta es: ¿Está Trump preparado para esa contingencia?