Los libreros de la Avenida de las Fuerzas Armadas, conocidos por cultivar día y noche las mentes inquietas de los viandantes ávidos de lecturas vintage, y habitualmente apostados en esta vía más cerca del centro de Caracas que del bulevar de los decibelios, han mudado su sabiduría. No es solo por romanticismo. El billete pasa por ahí cada día de diciembre.
El bulevar es un punto neurálgico del caraqueño en estas fiestas donde todo (gasto) vale (aunque no se pueda o aunque parezca que no se pueda, por la crisis, la economía, etcétera; pero siempre, qué cosa, se puede —definición certera y misteriosa de lo que es Venezuela—).
"¿Para qué es esta cola?": "Para los helados", responde Marcela. Ha venido con su hija Yeinelys desde el barrio San Agustín para pasear el fin de semana. Yeinelys tiene 6 años y no suele comer muchos helados como ese. La galleta es crujiente, gordita y además con opción de sabor chocolate. La ración es abundante, cremosa y cuesta 35.000 bolívares (menos de un dólar al cambio). En la Venezuela de las colas del pan, las colas de sobredosis de azúcar no son un dilema para nadie.
"Los zapatos suelen ser muy caros siempre. Mi hijo tiene 12 años y ya se le quedaron pequeños los del año pasado y estaba esperando las ofertas para comprarle unos nuevos porque ya no le cabe el pie", explica Beysi Hernández, que ha venido con su hermana a cazar descuentos.
El hijo adolescente de Beysi —con el pie en crecimiento permanente— no está con ellas. "A ver si encontramos unos Nike de su talla, aunque no sean auténticos", dice la tía del muchacho con maña de saber comprar. Hay ofertas del 20, 30 y hasta del 50 % que el chico de la gorra pregona con voz crédula, aunque la Navidad engaña con los precios. Hace un mes los Nike de pega costaban lo mismo.
¿Qué se come en Venezuela en Navidad?
Muy cerca del bulevar, en un condominio de cuatro torres que se llaman Alfa y Beta 1 y 2 respectivamente, vive Judith, una señora de 66 años, en un piso 15 con vistas a la Caracas más fotogénica. Es docente en la Universidad y todavía no se ha retirado. Está preparando el plato que supone la tradición, quizá, más importante de la navidad venezolana y que trasciende estas fechas por su popularidad: las hallacas.
La competencia entre vecinos, amigos y familiares para ver quién cocina la mejor hallaca es parte del clásico. Se permite, eso sí, intercambiar alguna que otra para probar la ajena y poder decir con autoridad, por supuesto, que la propia supera con creces al resto de intentos.
El origen del plato se remonta a los años de la colonización española en Venezuela, cuando los esclavos negros e indígenas del momento aprendieron a cocinar mezclando las sobras que les daban sus amos. La mezcla de culturas en su origen ha derivado en un plato irresistible que combina diferentes tradiciones culinarias donde se encuentran ingredientes europeos, africanos (la hoja de plátano en la que se envuelve la hallaca proviene de África; hay un derivado que se llama bijao y que es de textura más fuerte), latinoamericanos y hasta provenientes de la gastronomía árabe como es el caso de las alcaparras y las almendras, imprescindibles (y muy caras en Venezuela, pero nunca faltan) en la mesa.
Parte del encanto de las hallacas es prepararlas. La tradición es hacerlo en familia donde cada miembro disputa un rol vinculante en el manejo de la receta. Lo normal es comerlas el 24 y el 31, pero lo cierto es que desde comienzos de diciembre las familias se reúnen para preparar el plato típico. Y cuantas más se hacen, más se comen; no hay límites en la cuadratura del círculo del comer navideño.
Judith está preparando todos los ingredientes para la tarde. No tiene mucha familia en Caracas porque su hija mayor vive fuera y sus hermanos fallecieron, pero no importa. En unas horas llegará su hija con una amiga, y la vecina de arriba, que es brasileña y está empapándose de las tradiciones locales, ha dicho que también baja. Así que Judith está contenta con el plan. "Hacer hallacas es compartir, es unión… En las hallacas uno pone mucho cariño, mucho afecto, se comparten ideas y se pasa el tiempo con la gente que quieres".
Judith se está acordando de su pueblo: San Juan de los Morros, en el Estado Guarico; y de las navidades que pasaban en familia con su abuela materna. "Recuerdo un año que me fui a preparar las hallacas allí con mi hija mayor que entonces estaba chiquita. Y nos juntamos todos en el patio de la casa de mi abuela, y mis tíos hicieron una fogata y para mi hija aquello fue una fiesta. Estaba loca de contenta". La familia mata de pasión caribeña.
Judith tiene casi todo listo en la cocina, incluso el dulce de lechosa (papaya), también típico en esta época del año. Saca un pote de la nevera para probarlo. "¿Qué tal?", pregunta. "Tiene papelón (panela) y canela". "Está buenísimo", como solo en Venezuela están buenísimos los dulces: con extra de azúcar por doquier y un regusto a sed inmediato.
A las hallacas de Judith, el día de Navidad, le acompañarán en la mesa los otros ingredientes fundamentales para completar el plato navideño venezolano: la ensalada de gallina, el pan de jamón y el tradicional pernil (cerdo). No hay diciembre sin pernil en el país caribeño, y aunque visto desde fuera puede resultar un tanto exagerado, el asunto del pernil es un tema espinoso con el que no se juega.
Tanto es así que el venezolano se acostumbró a que el Gobierno chavista lo reparta gratis, creyéndolo un derecho como ciudadano del país. Durante los últimos años, debido a la crisis, el pernil no llegó. Drama.
Fue tema de conversación permanente, reclamo de la oposición política para justificar la salida de Nicolás Maduro y noticia de apertura en los noticieros locales. Este año está llegando y la gente está contenta y habla menos de política. Maduro aprobó a principios de noviembre la distribución de más de 27 mil toneladas de pernil que ya se están repartiendo por las zonas populares.
Las vacaciones navideñas ofrecen otras alternativas que se han convertido en algo muy venezolano. En el caso de los caraqueños, diciembre, a parte de suponer el mes de la rumba por excelencia y las cenas de empresa por doquier (los venezolanos llaman al mes de diciembre bebiembre porque es habitual que haya muchos encuentros sociales donde la comida y la bebida son el epicentro de la celebración), también es la época del año en la que cae un viajecito seguro.
En el caso de los venezolanos que viven en Caracas, el pueblo de El Junquito, una localidad ubicada en la montaña como a 30 minutos de la capital, se ha convertido en destino preferente en estas fechas. Su ubicación es la clave: cerca y "friosito", como dicen aquí.
Aunque el clima en Venezuela es tropical y en Caracas se disfruta de una primavera eterna todos los días del año, los meses de diciembre y enero suelen ser los más "fríos" (entiéndase frío llegar a 18 grados de mínima por la noche y no pasar de los 28 durante las horas centrales del día) y tradicionalmente se relaciona este clima con la navidad. A falta de nieve, como pasa en algunos países del hemisferio norte, ponerse una chaquetita de más, amarrarse una bufanda al cuello o tomar un chocolate caliente con unas fresas con crema, resulta reconfortante y sinónimo de estas fechas.
El Junquito tiene todo eso y mucho más. En la plaza principal, entre curiosos y gorrillas (personas encargadas de ubicar puestos de estacionamiento para los carros que llegan), pasan los años algunos de los establecimientos más míticos del pueblo, la mayoría puestos en marcha por inmigrantes españoles que llegaron a Venezuela huyendo de la dictadura franquista y de una posguerra demasiado mala para todos.
Las Burgas, Galaica, Serafín-Chorizo Español o el Junquito Campestre son algunos de los locales que presiden la plaza y todos sin excepción, al igual que el resto de restaurantes que encontraremos a lo largo de la avenida principal del pueblo, ofrecen como plato estrella una herencia del cocido español, y más concretamente, gallego.
El cocido es un plato característico de España y muy común en algunas zonas como Madrid o Galicia. Es típico del invierno y lleva absolutamente de todo: cerdo (pernil), res, pollo, verduras, legumbres, chorizo, morcilla… En ningún lugar de Venezuela te hablarán de cocido, salvo en El Junquito, donde la mayoría de los locales los regentan hoy los hijos de aquellos españoles migrantes.
El cocido venezolano es carne con carne (abstenerse los vegetarianos de visitar el pueblo) más sabrosa de lo habitual, con el cerdo como protagonista (en todas sus vertientes: guisado, sancochado, a la plancha o frito), y los chorizos y morcillas hechas a base del recetario familiar español (cada restaurante tiene el suyo) como el mayor atractivo turístico.
Ramón ha venido con toda su familia desde el estado de Trujillo, al interior del país. Es la primera vez en El Junquito; se quedarán a dormir en una cabaña y dicen que no paran de comer. "La niña está comiendo chorizo sin parar".
Y la niña está en esos momentos hablando con uno de los "cazaturistas" que se colocan en el bulevar principal del pueblo, en las puertas de alguno de los múltiples negocios y restaurantes, ofreciendo a los viandantes un pinchito con las mejores viandas de la casa. La familia de Ramón se ha comprado unos gorros de lana en una tienda de artesanías de la esquina. "En Trujillo me quemaría la cabeza pero aquí…"
Los chorizos que estaba comiendo la niña de Ramón eran del negocio de Luis, un venezolano hijo de españoles que presume de ser el único del pueblo que hace su propio chorizo "al estilo español". En la puerta de su negocio anuncia sus exquisiteces: chorizo de cebolla ahumado, lengua, codillo, orejas… Por momentos, El Junquito podría parecer cualquier pueblo de la castilla profunda española.
Los preparativos culinarios y las parrandas son una obligación irreversible pero también hay supersticiones patrias que los venezolanos cuidan como nadie: que si tener un puñado de lentejas en la mano cuando llega el nuevo año para tener prosperidad, comer las doce uvas y pedir doce deseos para los meses venideros, o sacar las maletas a la calle el 31 para tener un año lleno de viajes. Venir a Venezuela en diciembre podría ser confuso. Como si de repente, por un momento, el país volviese a ser un espejo de la abundancia de hace no tantos años, cuando como dicen por aquí, "éramos felices y no lo sabíamos".