La actitud altiva e inexperta del presidente colombiano, Iván Duque, la actuación del Ejército encubierta al público y la propuesta de unas reformas económicas muy impopulares han desatado una oleada de protestas ciudadanas poco habituales por estas latitudes, pues se prolongan por más de tres semanas.
La movilización social motivó el cierre de cientos de comercios y negocios, mientras atronaban miles de cacerolas y sartenes y grupos de indígenas cortaban la vía Panamericana que une por carretera todo el continente de sur a norte.
El inicio
El descontento, sin embargo, viene de bastante atrás, concretamente del 30 de agosto, cuando Duque felicitó a las Fuerzas Armadas por un "meticuloso, impecable" bombardeo aéreo ejecutado un día antes por el Comando Conjunto de Operaciones Especiales (CCOES) sobre un campamento móvil de disidentes de la organización guerrillera FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), enclavado en la zona rural de San Vicente del Caguán.
Esa tremenda información se había ocultado a la opinión pública; fue denunciada en la tribuna del Senado y provocó la renuncia del ministro de Defensa, Guillermo Botero, a quien algunos medios de comunicación tildaban de "incompetente, insensible y mediocre".
La gota que colmó el vaso de la paciencia a propósito de Duque fue su reacción ante ese controvertido bombardeo. Preguntado en Barranquilla por un reportero sobre su opinión acerca de los menores, el jefe del Estado se despachó con un "¿De qué me hablas, viejo?", que se hizo viral en las redes sociales pues quedó grabado en vídeo. La Presidencia aludió que Duque no escuchó bien la pregunta y que la persona que la formuló no se identificó como periodista. Suena inverosímil.
Cada vez más arrinconado, el mandatario aceptó que sus representantes se reunieran con los promotores de las manifestaciones, el Comité Nacional del Paro, pero el diálogo ha transcurrido hasta el momento sin resultados, lo que no ha frenado las algaradas.
Los motivos
Uribe y su partido Centro Democrático llevan días diciendo que los cacerolazos, las huelgas y los cortes de carreteras forman parte de un "plan de desestabilización" regional, una conspiración anarquista internacional dirigida desde Venezuela por Nicolás Maduro, una maniobra financiada por el Foro de Sao Paulo, esa agrupación de partidos y organizaciones de izquierda y extrema izquierda opuesta al imperialismo y el neoliberalismo. Todas esas acusaciones carecen de fundamento.
El "paquetazo" colombiano incluye reformas laborales, financieras, fiscales y de las pensiones que favorecen al gran capital y perjudican a la clase trabajadora.
En concreto, plantea las siguentes reformas:
- la reducción drástica del salario mínimo para los jóvenes;
- la subida de la factura de la luz;
- cambios sustanciales en el sistema de pensiones, contemplando incluso su posible privatización.
Es obvio pues que haya provocado el abierto rechazo de importantes sectores sociales.
Además, se dio la terrible circunstancia de que el 25 de noviembre murió un universitario de 18 años, Dilan Cruz, a consecuencia de las graves heridas en la cabeza que le produjo una bomba aturdidora lanzada por un agente del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) de la Policía. La ESMAD es una unidad muy cuestionada que suele actuar con extrema contundencia. La muerte de Dilan, que participaba en una marcha pacífica en Bogotá, agitó muchas conciencias.
Sin embargo, las jornadas de movilizaciones no han sido violentas tal y como ocurrió, por ejemplo, en Chile, lo que plantea la siguiente pregunta:
¿Cómo fue posible eso precisamente en Colombia, que ha vivido en medio de la violencia durante muchos años?
Fidel Cano Correa, actual director del diario El Espectador de Medellín, el más antiguo del país, aventuró una respuesta. La razón primordial radicaría, para él, en el convencimiento de que la oportunidad del proceso de paz no la pueden dejar pasar los colombianos.
El cacerolazo, tan común en Argentina, no lo era tanto en Colombia. Hasta ahora. Veremos su eficacia.