Serviría, además, de homenaje al psicólogo Leon Festinger, quien acuñó el concepto de disonancia cognitiva y brindó el mapa mental para entender un caso de estudio clínico: la oposición venezolana.
Con los recientes llamados, por supuesto infructuosos, a reactivar la protesta callejera, y que se le suman a una estela, nada halagadora, de 20 años de fracasos, es posible afirmar que no existe referente en el planeta sobre un movimiento político que persevere tanto en el error. ¿Por qué ocurre esto?
De las creencias
Hace unas semanas, referíamos que la oposición venezolana se comportaba en términos psicológicos no como un movimiento político, sino como una secta.
La anécdota donde Festinger se infiltró en un culto que esperaba ser rescatado del apocalipsis por alienígenas, sirvió de herramienta pedagógica para hacer paralelismos.
Maarten van Doorn, quien hace un importante esfuerzo en investigar "si las ideas pueden cambiar el mundo". Nos explica que no es tan fácil que la gente trasforme su forma de pensar.
Una cosa es que aparezca un chef en la televisión y te explique cuál es la mejor manera de cortar una cebolla, o que un video viral te demuestre el uso dado al bolsillo más pequeño del blue jean, a que alguien se plantee seriamente cambiar su opinión sobre el aborto o sobre la existencia de Dios.
En los primeros casos, Van Doorn estima que somos bastante proactivos a reencauzar nuestras ideas. Sin embargo, "solo nos volvemos tercos cuando se trata de creencias políticas, ideológicas o religiosas. (…) En estas últimas "hay mucho más en juego que esas ideas solas". Renunciar a ellas implicaría "afectar la identidad y la posición en un grupo social", afirma el especialista.
No es poca cosa dicha afectación. Cuando abordamos el engaño permanente al que los líderes de la oposición someten a su base electoral, es necesaria una aproximación de verdadera sensibilidad antropológica.
El pensamiento dicotómico de una parte de la oposición que se niega a cualquier tipo de negociación política, y que resume la diatriba política a una máxima: "El chavismo es la única causa de los males individuales y colectivos del país", les ha permitido audiencia electoral, pero los ha sumido en un atolladero.
Sacarlos de allí es imposible a través de la sola argumentación o de pruebas concretas. Necesitamos utilizar otro enfoque.
El castillo a conquistar
Las creencias humanas cuyo conjunto conforman una "cosmovisión" no son cajas de Legos donde se quitan o se ponen piezas al antojo. La idea que nos dejan más bien los psicólogos es que la estructura se asemeja al comportamiento de un castillo bajo asedio, que tal y como explica Van Doorn "se defiende con todo lo que tiene".
Sin embargo, los muros pueden derrumbarse. No son indemnes y permanentes. La oportunidad está en convertir eso que es por momentos "impensable", en algo "posible de ser pensado".
Van Doorn lo explica en su jerga científica: "Las ideas no cambian el mundo al convencer a las personas de lo que es más preciso, veraz o racional. Cambian el mundo por demostración personal de lo que es posible, y cambiando sus puntos de vista sobre lo que es socialmente aceptable".
La mano invisible de nuestro entorno
¿Por qué es necesario influir en cómo la gente se comporta? Porque el entorno social afecta de manera intensa la naturaleza de las creencias que una persona es propensa a aceptar. Por esta razón, si quieres alterar lo que la gente piensa hay que cambiar los entornos sociales.
Un ejemplo: Chávez mantuvo una inmensa popularidad que lo llevó a ganar las elecciones por amplia ventaja. El discurso anti-socialista no permeaba las mayorías de las capas sociales, porque existía una realidad que servía de contención a la idea "el socialismo no genera bienestar".
Solo en la medida que fue afectado sistémicamente el modo de vida del venezolano, se comenzó a transformar la idea anti-socialista en algo "pensable" para sectores donde tradicionalmente esta idea no había penetrado.
Una demostración de cuán importante es el contexto para el cambio de creencias lo veremos en el reflujo hacia Venezuela de un masivo contingente de venezolanos que ya conocen en carne propia la cara más amarga del neoliberalismo económico y político en Latinoamérica.
También hará visible el cambio de perspectivas, la aparición en el panorama político de una oposición que se distancie de las tendencias más radicales. Un movimiento que pueda disputarle la hegemonía a quienes dentro del antichavismo solo buscan la confrontación como excusa para engrosar sus propias cuentas bancarias.
En estos dos sucesos veremos las condiciones para que muchos venezolanos se dispongan a renunciar a la secta política que mantiene como rehén a gran parte de la oposición venezolana. Sin embargo, no son suficientes, también es necesario un último elemento.
El reto
El analista Oscar Schemel me explicaba hace unas semanas que ciertamente la consciencia colectiva se mueve sobre la base de narrativas. Es decir, sobre la consistencia de una "imagen o relato" que le brinde a la persona alguna certeza sobre lo que no puede ver sobre el futuro. Creo que tiene razón.
Cuál será su arquitectura ética y política, sus relaciones de producción, la conexión con las ideas que nos han traído hasta aquí, el entramado simbólico y cultural que servirá de referencia, las estrategias de reconstitución del tejido social vulnerado por los monstruos de la guerra económica. A esas interrogantes debe responder el proyecto bolivariano si ha de ocuparse por el largo plazo, y no solo de los límites que le impone el angustiante presente. Renovar la promesa de la utopía revolucionaria, a decir del analista Carlos Lanz, y también hacerla vida cotidiana.
Ese es el reto.