La Secretaría General de la OEA condena enérgicamente los actos de violencia registrados en los últimos días (…). Es inaceptable el secuestro de policías y militares, así como el destrozo y saqueo de bienes públicos, el incendio de patrulleros y ataques a ambulancias".
Por un momento pensé que Luis Almagro había reconsiderado su odiosa posición contra Venezuela y, en vista de que desea fervientemente reelegirse para un nuevo período, que había aceptado que el Gobierno de Caracas está firme, mantiene el control del país, que las fuerzas armadas han resultado inquebrantables y que un importante sector de la sociedad sigue apoyando al Gobierno. Pensé que esta declaración de Almagro era una suerte de admisión de su derrota y el deseo de que los problemas del país se solucionaran mediante el diálogo y la negociación.
Nada de eso. El comunicado anterior se refiere a Ecuador donde, a diferencia de lo ocurrido en Venezuela, la OEA sí rechaza y condena "los actos de violencia", el destrozo y saqueo de bienes públicos, el incendio a patrulleras y ataques a ambulancias.
A diferencia de Venezuela, donde Almagro llamó al derrocamiento del presidente constitucional por cualquier vía, incluyendo la intervención extranjera, en Ecuador la OEA "considera fundamental que todas las partes respeten el término constitucional por el que fue electo el presidente Lenín Moreno y reitera su rechazo a cualquier forma de interrupción de su Gobierno".
El desconcierto me llevó a poner en duda mis conocimientos de derecho internacional público, ¿será que no asistí a esa clase? Entonces, me di a la tarea de indagar si es que la OEA tenía dos cartas, una para aplicar a los amigos de Estados Unidos y otra para quien considera sus enemigos. No, como es sabido, existe una sola carta, solo que los secretarios generales, actuando como empleados del Departamento de Estado, la adaptan a los intereses de Estados Unidos.
Almagro ya no tiene a Pepe Mujica como jefe de su comando de campaña y portaviones de su elección anterior, ni siquiera lo apoya su país, a tal punto que en el clímax de su desaliento cambió la fecha de la elección desde el mes de febrero como estaba pautado originalmente al 20 de marzo con la esperanza de que cuando en Montevideo se instale un nuevo presidente el primer día de ese mes, este ya no sea del Frente Amplio para que le apoye en su ambición de seguir sirviendo a Washington.
Por otro lado, considerando que ni siquiera en la OEA ha logrado mayoría para legitimar sus trapacerías, recurrió al apoyo de Washington para crear el grupo de Lima como instancia ad hoc con el objetivo de lo que sería el sumun de su gestión: el derrocamiento del Gobierno de Venezuela.
En este ámbito, las cosas tampoco andan muy bien. El Grupo de Lima, que hoy cuenta entre sus aliados a la banda narcoparamilitar colombiana los Rastrojos comenzó su accionar con 19 países y ya solo quedan 10 más el jefe. Pero incluso, estos no pueden destilar muchos ejemplos de democracia ni gobernabilidad: Mauricio Macri recibió una paliza contundente en las elecciones primarias; en Perú, el presidente hace esfuerzos desesperados para no ser incluido en la infame y ya tradicional lista de jefes de Estado corruptos; en Ecuador, el traidor de Carondelet ha recurrido a una brutal represión para intentar sostenerse en el poder.
A esto, habría que agregar el desprestigio de Jair Bolsonaro, un presidente medieval y retrógrado repudiado en todo el planeta; así como los deshonrosos intentos de Mario Abdo Benítez de entregar la soberanía del Paraguay que lo pusieron al borde del abismo, salvándose solo por la intervención de Washington y, la acusación de un fiscal imperial que imputó al presidente de Honduras por tener firmes vínculos con el narcotráfico.
Todo ello viene a configurar un escenario cuya principal característica es la incertidumbre en torno al camino que tomará la región ante el fracaso de las prácticas neoliberales y antidemocráticas que la OEA y su secretario general han defendido bajo el impulso de Barack Obama y ahora de Donald Trump, quien también está pasando por circunstancias difíciles en los intentos de dar continuidad a la gestión al frente de la Administración de su país, en un momento en que el planeta vive una época de convulsiones y rebeliones.
Mientras tanto, una vez más, recuerdo las palabras de un destacado miembro de la oposición venezolana cuando dijo: "Si alguien llama por teléfono a Miraflores, quien contesta es Nicolás Maduro".