Tragedia de los Andes: la mayor historia de supervivencia contada por uno de sus héroes
"Es algo que nos cambió la vida, no sólo a los sobrevivientes sino a mucha gente. Creo que sigue siendo atractivo, a pesar del tiempo que pasó, porque es una historia extraordinaria protagonizada por gente común, cualquiera pudo haber estado ahí", dijo Páez, uno de los 16 sobrevivientes, que tenía sólo 18 años cuando ocurrió el accidente.
El viernes 13 de octubre de 1972 un avión de la Fuerza Aérea de Uruguay que trasladaba al equipo uruguayo de rugby Old Christians de Argentina a Chile se estrelló en la Cordillera de los Andes en medio de una tormenta. De los 40 pasajeros y cinco tripulantes, murieron 13 en el accidente y otros cuatro la mañana siguiente.
El resto comenzó la lucha por sobrevivir en condiciones climáticas hostiles —temperaturas de entre -25 a -42 grados centígrados—, sin ropa adecuada, sin alimentos y sin saber dónde estaban. Al décimo día se enteraron por una radio a pilas que los equipos de rescate habían abandonado la búsqueda.
"Siempre digo que si hubiera sido un avión de línea, donde todos son desconocidos, no hubieran sobrevivido. Nosotros teníamos la misma educación, los mismos objetivos, la misma religión", respondió Páez al ser consultado sobre la clave de esta hazaña de supervivencia.
Un niño mimado que creció de golpe
Los jóvenes que viajaban en el avión eran exalumnos del colegio privado Stella Maris de Montevideo y pertenecían a familias de un alto nivel socioeconómico. Algunos de ellos vivían con sus padres, no habían realizado nunca tareas domésticas, y de repente tuvieron que valerse por sí mismos y cuidarse unos a otros.
"Me di cuenta de que ese chico malcriado y caprichoso, que no servía para nada, podía ser un hombre útil. Yo tenía niñera en esa época, que me llevaba el desayuno a la cama y me había hecho la valija para el viaje. Y en 70 días comprobé la capacidad del ser humano de evolucionar, transformarse y salir adelante", contó el más joven de los sobrevivientes.
Se las ingeniaron para, con lo poco que tenían, fabricar guantes con los forros de los asientos del avión, botas con los almohadones, y lentes con plástico para evitar encandilarse con el reflejo del sol en la nieve. En las noches más frías se hacían masajes para evitar la hipotermia.
La decisión más difícil
Saber que en su país ya habían abandonado la búsqueda, haber pasado más de 10 días sin comer, y haber sobrevivido a un devastador alud que acabó con la vida de ocho de ellos, los llevó a tomar la difícil decisión de alimentarse de los cuerpos de sus compañeros muertos. Algunos se opusieron hasta que se dieron cuenta de que era la única forma de sobrevivir.
"En las conferencias le pregunto a la gente '¿ustedes no lo hubieran hecho?' y nadie levanta la mano. Hicimos un pacto solemne entre nosotros de que si alguno moría quedaba a disposición de los demás. Nosotros teníamos el más sagrado de los derechos que era el derecho a la vida y a volver a casa", aseguró Páez.
"En la vida hay que ir a buscar los helicópteros"
Cuando el clima mejoró y comenzó el deshielo, supieron que tenían que ir a buscar ayuda por sus propios medios. El 12 de diciembre de 1972 tres de los supervivientes emprendieron el recorrido hacia el oeste —ya que erróneamente pensaban que estaban en Chile— cuando en realidad se encontraban en Argentina.
Tuvieron que atravesar los picos más elevados de la Cordillera de los Andes, debilitados físicamente y sin equipos. Pero aún así alcanzaron el objetivo: encontraron a un arriero chileno que le avisó al mundo que los uruguayos de aquel accidente aéreo estaban vivos, y ese mismo día fueron rescatados.
"Nosotros tenemos una frase que es: 'en la vida hay que ir a buscar los helicópteros'. Por más que reces, los helicópteros no aparecen, hay que ponerle acción", dijo el hombre de 65 años que hoy trabaja dando conferencias sobre la Tragedia de los Andes en todo el mundo.
Cientos de empresas, colegios y hasta equipos de fútbol escuchan su historia que transmite conceptos como la importancia del trabajo en equipo, la adaptación al cambio, la toma de decisiones, la tolerancia a la frustración y el saber que "sí se puede".
Entre mi hijo y yo, la luna
No todo fue negativo en la Cordillera. Carlos prefiere rescatar los aspectos positivos que lo convirtieron en quién es hoy. Admitió que al volver extrañó a esa comunidad de la nieve que habían creado entre las montañas.
"Llegué a extrañar momentos espirituales espectaculares que tenía en la Cordillera. Era nuestro mundo, nuestras reglas, lo que habíamos hecho y por lo que habíamos peleado", confesó el hijo del reconocido artista uruguayo Carlos Páez Vilaró.
Por las noches miraba la Luna, sabiendo que su madre también estaría mirándola. Al regresar se enteró de que ella iba a la rambla de Montevideo a observarla todos los días, pensando que él la estaría viendo.
"El título del libro de mi padre, Entre mi hijo y yo, la luna, está basado en ese vínculo que yo tenía con mi madre a través de la Luna. Me emociona contarlo, aún hoy, 47 años después", concluyó.