Esa paradoja no pasó desapercibida para el escritor y premio Nobel de Literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa, cuando señalaba en una tribuna de opinión recientemente publicada por el diario español El País que, pese a estos años de "desorden político, el país ha crecido económicamente; se han ensanchado las clases medias". Para Vargas Llosa, quien llegó a ser candidato presidencial en 1990 por el Frente Democrático (FREDEMO), "el Perú progresa en creación de riqueza y de oportunidades".
En agosto de 1990 decretó el Fujishock, una reestructuración absoluta de los precios, recomendada por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Eso aumentó los niveles de pobreza y provocó una inflación galopante y la fuerte devaluación de la moneda nacional de entonces, el inti, que fue sustituida en 1991 por el nuevo sol, ahora llamado simplemente sol.
La contundencia de los cambios impresionó a los tecnócratas del FMI que apoyaron la inyección de préstamos, lo que redujo el déficit público y trajo estabilidad macroeconómica a corto y medio plazo.
Fujimori realizó una serie de reformas liberales, entre ellas las privatizaciones de monopolios estatales, como la venta a la española Telefónica de la Compañía Peruana de Teléfonos. Gran parte de las plusvalías de esas operaciones se las quedó él mismo en su bolsillo.
El autoritario Fujimori renovó su mandato en 1995 gracias a que la nueva Constitución de 1993 le permitía la reelección. Sediento de poder, El Chino acudió a un tercer mandato en 2000, gracias a una interpretación engañosa de la ley. La gente ya estaba cansada de él. El pucherazo, en la primera vuelta, frente a su adversario Alejandro Toledo fue muy evidente, pero, si no hubieran salido a la luz un enorme escándalo de corrupción política, hubiera continuado como presidente. Su apoyo popular colapsó y finalmente Fujimori dimitió vía fax desde Tokio, donde buscó asilo. Ahora cumple en Perú una condena de 25 años por todos sus crímenes.
Toledo, que empezó trabajando como limpiabotas, se convirtió en el primer indígena presidente de Perú. Gobernó de 2001 a 2006. Pese a sus humildes orígenes, adoptó una política neoliberal de apoyo el libre comercio. Ahora se encuentra retenido en California a la espera de que concluya un proceso de extradición tras haber sido acusado de corrupción por el caso Odebrecht.
Sorprendentemente, en los últimos 20 años la economía de Perú se expandió un promedio del 5% frente al 2,7% regional. Y eso se produjo independientemente de la ideología de los dirigentes. La pobreza se redujo 30 puntos porcentuales entre 2005 y 2018, al pasar del 52% al 21%, una de las más bajas de América Latina.
En 2007, incluso, el crecimiento alcanzó el 8,9%, el más alto registrado en la región. En 2008 se situó en el 9,7%. La crisis global menguó la cifra en 2009 hasta el 0,9%, pero en 2010 recuperó su fuerza, con el 8,9%. En los últimos ejercicios la cifra está sufriendo una paulatina ralentización, pero se mantiene cerca del 3%, por encima de sus vecinos más próximos.
Entonces, ¿a qué se debe el milagro peruano?
A la existencia de un difícil equilibrio macroeconómico, tanto en el plano monetario como en el fiscal, una circunstancia que ha dado mucha firmeza a los cimientos de la economía nacional. El banco emisor peruano es fuerte y autónomo, y promueve sin interferencias unos niveles de inflación bajos y una gran estabilidad cambiaria.
Con estos buenos indicadores, la economía aguanta lo que le echen. Este equilibrio macroeconómico es respetado por todas las fuerzas políticas peruanas, independientemente de su ideología. Ese delicado contrapeso se ha convertido en la piedra angular de un consenso implícito. Nadie se ha atrevido a aumentar el gasto público ni a discutir la firma de nuevos convenios comerciales internacionales que contribuyen al fomento de la inversión extranjera, sobre todo, en el potente sector de la extracción de recursos mineros.