A fines de julio de 2019 unos audaces investigadores escalaron una montaña nevada del Parque Nacional Huascarán. Instalaron su tienda, el clima era perfecto. Las máquinas funcionaron sin fallas. Ningún miembro del equipo se enfermó, y a pesar de que algunas avalanchas los habían obligado a encontrar nuevos caminos hacia la cima, lo hicieron relativamente rápido y sin mayores dificultades.
Ese hielo también podría reforzar las predicciones sobre los efectos del derretimiento de los glaciares, lo que ha puesto a las comunidades que viven al pie de la montaña en riesgo de escasez de agua y de deslizamientos de tierra catastróficos, según se explica en la revista científica Nature.
Para lograrlo, los científicos debían transportar las muestras de hielo en un camión congelador hasta Lima, y de ahí subirlas a un avión con destino a Estados Unidos; luego llegarían a destino: la Universidad Estatal de Ohio, donde serían analizadas.
A pesar de todo lo preparados que estaban los científicos para desarrollar tan ambiciosa tarea, surgió un conflicto que no preveían.
El Huascarán, en la Cordillera Blanca de Perú, es la montaña tropical más alta del mundo. Para los lugareños, su copa nevada representa un dios, hogar del oso de anteojos y del cóndor andino, dos especies cuyas poblaciones están disminuyendo a pasos agigantados. Para los científicos, esta montaña es la llave a uno de los registros más completos de la calidad del aire y clima de la historia de la Tierra.
Algunos habitantes de Musho, una pequeña comunidad que vive en la parte occidental de la base del Huascarán, subieron enojadísimos hasta donde estaban los científicos: pensaban que allí iban a explotar la montaña en busca de minerales; aunque la minería está prohibida por ley, hay quienes lo hacen y contaminan los suministros de agua, además de poner en peligro el ecosistema.
Los indígenas les dieron 12 horas para terminar con su expedición; un imposible si querían trasladar las muestras a Ohio. Algunos miembros del equipo fueron evacuados en helicóptero.
La comunidad de Musho está preocupada porque quiere proteger a su dios, reforzar los derechos territoriales y de acceso al agua, y teme que se instale un proyecto minero; ya conoce sus devastadores efectos.
A su desencanto se le sumó el hecho de que el presidente de Perú, Martín Vizcarra, viajó a encontrarse con los investigadores al inicio de su expedición, pero no fue capaz de pasar por Musho a explicarle a los lugareños qué iban a hacer en su lugar sagrado.
Por otra parte, la necesidad de terminar el trabajo era obvia (y urgente): desde la cima del Huascarán, a 22.000 pies sobre el nivel del mar, el equipo de científicos había visto un humo nebuloso que se acercaba, parecía provenir de la Amazonía.
Sin embargo, continuó el enojo y el desentendimiento. Los lugareños les dieron tres días para bajar de la montaña las muestras y los equipos. Así lo hicieron, bajaron hasta el poblado más cercano, desde donde un helicóptero del Gobierno peruano se llevó el último cargamento el 18 de agosto.
"Los glaciares son políticos", dijo a Nature Mark Carey, historiador ambiental de la Universidad de Oregon en Eugene que ha estudiado la relación entre los lugareños y el hielo en la Cordillera Blanca.