En el ámbito planetario, al evaluar su perversidad, el actual Gobierno estadounidense pareciera no tener parangón en el pasado, llegando incluso a ser comparado por algunos analistas con la Alemania hitleriana de la primera mitad del siglo XX.
Pero él o sus asesores se equivocan. El siglo XIX estuvo marcado por una exitosa expansión territorial a costa del exterminio de millones de seres humanos de los pueblos originarios que habitaban los espacios que estaban siendo fruto de tal propagación. Eso es imposible hacerlo ahora sin que haya resistencias en buena parte de las áreas ambicionadas por Estados Unidos en el planeta.
En esa medida, podría decirse que el capitalismo de esa época fue un avance respecto del pasado, pero ahora, cuando impera un modelo de capitalismo financiero que se sustenta en la especulación y en la riqueza basada en una producción inexistente, a Trump se le hace imposible rescatar la economía de su país para conducirla a una senda positiva, salvo si esto se calculara por las extremas ganancias que obtiene un número cada vez más reducido de millonarios.
En ese marco se propuso torpedear el sistema internacional, destruyendo su estructura, en primer lugar a la Organización de Naciones Unidas a partir de la política de aceptas lo que te ordeno o te destruyo, camino en el cual se encuentra empeñado y en el que ha dado un nuevo paso al amenazar con retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de Comercio (OMC), ante el estupor de la comunidad mundial, en particular de aquellos que antes eran sus aliados y hoy se asumen como subordinados temerosos de que su furia se vuelva contra ellos. Por supuesto, me refiero a Europa y a otros de sus adláteres como Australia y Canadá, países ayer orgullosos de su independencia y autonomía, hoy abandonadas.
Todo eso parece estar terminando y China ha empezado a comprender que los instrumentos tradicionales de su diplomacia no bastan para confrontar la brutal embestida estadounidense que ha logrado éxitos en Europa, Canadá y México, a quienes han logrado imponer sus políticas, pero ha fracasado al no logra vía coacción, resolver sus diferendos con Irán, Rusia, la República Popular Democrática de Corea, Venezuela y sobre todo China.
Las negociaciones se han prolongado en demasía y ya no solo afectan a los países contendientes, sino que sus efectos comienzan a sentirse en la totalidad de la economía global. Unido a eso, Estados Unidos ha ensayado la posibilidad de crearle un conflicto interno a China, que este país visualizaba como poco probable hace solo escasos meses. La dinámica de la confrontación ha cambiado y ello ha terminado por alterar la tradicional retórica diplomática china basada en la armonía y la búsqueda de un equilibrio mutuamente ventajoso para todas las partes.
Hoy, cuando se ha hecho público el involucramiento y apoyo de Estados Unidos a la revolución de colores en Hong Kong, el Gobierno chino ha comprendido que la potencia norteamericana pretende usar estas acciones como mecanismo de presión de las negociaciones comerciales y financieras.
Esa visita a la capital imperial significó acuerdos de apoyo financiero, formación política y asesoramiento organizativo que se concretó a través de la National Endowment for Democracy (NED) órgano de fachada de la CIA, la cual desde 2014 ha incrementado los recursos destinados a la desestabilización de China. En este contexto, valdría preguntarse, ¿qué haría y cómo reaccionaría el Gobierno de Estados Unidos si China se propusiera apoyar las revueltas contra el gobernador de Puerto Rico y el abandono que Estados Unidos ha hecho de su colonia más importante en el Caribe?
En su intento de intimidar a China, Bolton afirmó: "Sería un gran error crear un nuevo recuerdo como ese en Hong Kong". La Cancillería China ha respondido contundente al expresar que en más de una ocasión se le ha hecho saber a Estados Unidos que el tema de Hong Kong "es una cuestión que corresponde exclusivamente a la política interna de China" y han hecho un llamado para que Estados Unidos deje "de meter la nariz en los asuntos de Hong Kong".
Hua contestó de manera categórica diciendo que Estados Unidos "negó en repetidas ocasiones su participación en los incidentes violentos ocurridos en Hong Kong. Sin embargo, los comentarios de esos miembros del Congreso de los Estados Unidos han proporcionado al mundo pruebas nuevas y contundentes. Al descuidar y distorsionar la verdad, blanquearon crímenes violentos como una lucha por los derechos humanos y la libertad y malinterpretaron deliberadamente el trabajo de la Policía de Hong Kong como represión violenta cuando la Policía solo hacía cumplir la ley, luchaba contra los crímenes y defendía el orden social. Ellos incluso incitaron a los residentes de Hong Kong a enfrentarse con el Gobierno de la región administrativa especial de Hong Kong y el Gobierno central de China. ¡Qué ansiosos están de querer ver el mundo sumergido en el caos!".
Al llegar a este plano de la confrontación es evidente que las negociaciones comerciales entrarán en un espacio mucho más complejo de resolución. Estados Unidos supuso que con China podía actuar de la misma manera que con Canadá o México. Los hechos han demostrado lo contrario. Debería recordar que para China los tiempos son infinitos, mientras que para Estados Unidos están acotados a la cotidianidad: en lo inmediato, la navidad que obligó a Trump a posponer los nuevos aranceles a los productos chinos tras las presiones de los importadores estadounidenses de que no podrán conseguir mercancías similares para las celebraciones de fin de año de la misma calidad y a los mismos precios en un plazo tan corto. En el plazo inmediato, a Trump se le van acercando la fecha de las elecciones en las que aspira a dar continuidad a su mandato sin poder resolver el diferendo con China que amenaza a Estados Unidos con sumergirse en una espiral de inflación e incluso con una probable recesión, no aconsejables para un año electoral.
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