A diario escuchamos sobre el cambio climático, pero poco se habla sobre las causas del mismo. Los esfuerzos mundiales están más dirigidos a atenuar las consecuencias y peor aún, hay políticos que se niegan a aceptar que el cambio climático es una realidad y que es consecuencia del actual modelo socioeconómico.
Del 19 al 23 de agosto, en Salvador de Bahía (Brasil), los gobiernos de los países latinoamericanos y caribeños tienen la oportunidad de discutir y elaborar posiciones conjuntas sobre el cambio climático, durante la llamada Semana del Clima de América Latina y el Caribe 2019.
La pregunta pertinente es: ¿qué posiciones llevarán nuestros países, cuando se sabe que, si bien el Acuerdo de París estableció líneas, aún quedan muchos temas por definir antes de 2020, año de entrada en vigor de dicho acuerdo?
Un reciente informe de la ONU sobre el Cambio Climático prevé que las enfermedades transmitidas por el agua como la diarrea, se incrementarán y aumentarán las enfermedades transmitidas por vectores como la malaria debido a temperaturas más altas.
El mismo informe afirma que la humanidad sufrirá mayor hambre y desnutrición y la agricultura experimentará un aumento de la frecuencia y gravedad de las enfermedades de los cultivos, un incremento de la erosión del suelo y pérdidas en el rendimiento de los cultivos debido al clima extremo.
¿Qué dice el acuerdo de París?
El Acuerdo de París sobre el cambio climático (AP), al ser un tratado internacional legalmente vinculante, crea obligaciones y dispone de mecanismos para asegurar que los países cumplan con sus compromisos.
Esta es una razón más que suficiente para que los gobiernos de la región se involucren a fondo en el diseño de mecanismos y políticas para la aplicación del acuerdo.
El AP indica que, para mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2ºC con respecto a los niveles preindustriales, es preciso reducir emisiones mundiales de gases desde 55 gigatoneladas a 40 gigatoneladas en 2030. El AP apela, entre otros, a un mecanismo denominado REDD+.
REDD+, pagar para seguir contaminando
La reducción de emisiones derivadas de la deforestación y la degradación forestal, REDD+, es un mecanismo que crea un "valor financiero para el carbono almacenado en los bosques", es decir, les pone un precio.
REDD+ viabilizará que los países en desarrollo que posean bosques puedan recibir pagos por no deforestar y cuidar los bosques, lo que permitiría que los países y empresas contaminadores sigan intoxicando nuestra atmósfera, pues tendrán la opción de "comprar permisos" en los llamados mercados de carbono.
Lo perverso de este tipo de mecanismos es que no abordan el problema de fondo, que es el extremo consumismo de unos, a costa de otros.
Los desperdicios y el consumo que nos contaminan
Para producir suficientes alimentos que satisfagan las necesidades diarias de una persona, en promedio se requieren alrededor de 3.000 litros de agua, y se sabe que para producir un kilo de carne se requieren 15.000 litros de agua.
Estos datos son cifras promedio, pero todos sabemos que esto no se cumple, pues, mientras unos tienen acceso a miles de litros de agua, otros casi nada.
Para la producción, transporte y comercialización de esas toneladas de alimentos desperdiciados se contamina y deforesta. ¡Pero eso a quién le importa!
Valga además anotar que la deforestación es la segunda causa más importante del cambio climático después de la quema de combustibles fósiles.
Sumemos a este deprimente panorama el pronóstico realizado por SOFO 2018, que prevé que para 2050 la demanda mundial de alimentos crecerá un 50%. Todos estos datos implican una mayor presión sobre los ecosistemas, mayor deforestación, más basura, más contaminación.
Los contaminadores nos aplastan con su inmensa huella ecológica
Un interesante indicador de la contaminación es la llamada huella ecológica del consumo, que mide la cantidad de área de tierra y agua biológicamente productiva que requiere un individuo, población u otra actividad, para producir todos los recursos que consume y para absorber los desechos que genera y se mide en hectáreas globales (gha).
En el ranking general por países, sumados todos sus habitantes, las mayores huellas ecológicas son las de China, EEUU e India, con 5.200, 2.200 y 1.500 millones de gha, respectivamente, y muy de lejos se puede observar a Mexico con 332 millones, Bolivia con 34 millones, Uruguay con 6 millones de gha, por mencionar algunos ejemplos.
¿Cuántos planetas tierra necesitamos?
Un cálculo realizado para Corea del Sur encontró que dicho país utiliza ocho veces más de la naturaleza de lo que sus ecosistemas pueden reponer. Si todos en el mundo consumiéramos recursos al mismo ritmo que lo hace Corea, se requerirían 3,3 planetas Tierra.
Si se calcula un promedio de todos estos comportamientos, entonces el resultado es sorprendente, pues necesitaríamos 1,69 planetas Tierra.
Un aspecto interesante de este indicador es que nos alerta que estamos consumiendo recursos naturales más rápido de lo que pueden regenerarse; nos estamos hundiendo cada vez más en una impagable deuda ecológica.
Hablar de promedios puede ser engañoso
Si bien es necesario trabajar con cifras y datos concretos, también es cierto que el uso excesivo de los promedios puede distorsionar la realidad.
Es de esperar que, en los foros venideros, tanto en Brasil y Nueva York como en Chile, los ministros de Medio Ambiente y Recursos Naturales de la región latinoamericana y caribeña, y las organizaciones de la sociedad civil asistentes, aborden los temas de fondo y no solo las consecuencias del cambio climático.
No es éticamente correcto exigir a países que hagan sacrificios y frenen su desarrollo para que otros sigan consumiendo como lo hacen hasta hoy. Cabe aclarar que no se propone que los países afectados emulen los comportamientos consumistas de quienes están acabando con el planeta.
No es justo que la factura del cambio climático la paguen los que no lo ocasionan, peor aún menos los que ahora sufren sus embates.
No basta reciclar basura, no basta dejar de comer carne, no basta con dejar de viajar en avión, no basta cerrar el grifo al lavarse los dientes, hace falta reciclar mentes y corazones.
Hace falta recordarles a algunos líderes (que ahora quieren dar lecciones de comportamiento ecologista) quiénes son realmente los que subsidian hasta hoy sus insostenibles sistemas de vida.
Pero eso no sucederá automáticamente. Son los gobiernos latinoamericanos y caribeños y las organizaciones civiles acreditadas quienes deberán asumir la responsabilidad de refrescar memorias y plantear mecanismos reales de lucha contra las verdaderas causas del cambio climático.