Decir que es una de las regiones más explosivas del planeta no es nada nuevo. El antiguo principado de Cachemira, disputado por India, Pakistán, y también China, no solo reúne a rivales armados con bombas nucleares. La región es uno de los pasos obligados de la nueva ruta de la seda china, y es también, en el caso de Pakistán, una de las zonas de repliegue de los talibanes con los que Estados Unidos quiere llegar a un acuerdo para abandonar territorio afgano.
Por ello, la decisión tomada por el primer ministro indio de revocar la autonomía de la región de Jammu y Cachemira, bajo control indio, supone un bombazo político y diplomático que vuelve a centrar la atención internacional en uno de los puntos de conflicto nunca resueltos en la historia postcolonial.
A partir de 1989, enfrentamientos entre fuerzas indias y grupos independentistas del único estado con mayoría musulmana de la India han provocado la muerte a más de 50.000 personas.
El poder adquirido por Narendra Modi en la India, tras dos elecciones en las que arrasó a sus rivales, le han confortado en su nacionalismo exacerbado para tomar la decisión que ha hecho temblar a medio mundo a principios de agosto.
El líder del Bharatiya Janata Party ha sabido explotar el ánimo nacionalista y decidió eliminar de un plumazo el estatus especial del que disfrutaba la región de la Cachemira bajo su control. Esa cierta autonomía política estaba además plasmada en la Constitución india, en el artículo 370, desde hace 70 años.
La coalición que el partido de Modi había construido con el Partido Democrático del Pueblo (PDP), principal fuerza de Cachemira, se disolvió precisamente porque el PDP se oponía a la revocación del artículo constitucional que les privaba de autonomía. Además, ya en 2018, el grupo local rebelde Hizbul Muyahidín advirtió que "cada indio se convertirá en un objetivo legítimo" si Nueva Delhi eliminaba el estatus especial de la región.
Colonos indúes, como arma democrática
Modi ha afirmado que la región tendrá la posibilidad de celebrar elecciones en plena transparencia, pero esa cámara estará ahora bajo el control de Nueva Delhi, que enviará a Srinagar, la capital de Cachemira, a una especia de delegado del gobierno central.
El jefe de gobierno indio justifica su medida argumentando que los cambios "ayudarán a liberar la región del terrorismo y del separatismo, además de conducirle al desarrollo". Entre sus promesas, indicó que en poco tiempo la zona "será objeto del rodaje de películas extranjeras".
Para los líderes políticos de Cachemira, el día de la revocación del artículo 370 de la Constitución fue bautizado como "el día más negro de la historia de la democracia india" y juzgan como mentiras las acusaciones de Modi, según quien, la región está dirigida por mafias locales que han impuesto la corrupción.
Como era de esperar, Pakistán expulsó al embajador indio, cortó las relaciones comerciales y culturales con su vecino y rival, y comenzó a recabar apoyo internacional. Las autoridades chinas fueron las que más quisieron implicarse en su apoyo diplomático a Islamabad, lo que les supuso una seca respuesta de Nueva Delhi.
El papel de China
Por su parte, el primer ministro pakistaní, Imran Khan, pido la mediación de Donald Trump en su visita a la Casa Blanca. La fluctuante diplomacia norteamericana está más interesada en hacer presión a Pakistán para llegar a un acuerdo con los talibanes afganos, y, de momento, sus portavoces solo han pronunciado palabras sin mucho contenido sobre el conflicto de Cachemira.
El estallido de un nuevo conflicto armado parece descartado por todas las partes, entre otras razones, por la debilidad política y sobre todo económica de Pakistán. Pero es menos descartable la reanudación de acciones terroristas de grupos musulmanes. El ultimo ataque contra fuerzas paramilitares indias tuvo lugar el 14 de febrero pasado, lo que provocó la respuesta de la aviación india sobre un campo de entrenamiento del grupo Jaís-e-Muhamed, en territorio pakistaní. En India no se han olvidado los atentados de 1999 y 2001 que provocaron la muerte a más de 200 personas en varias ciudades del país.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK