"¡Un lugar asegurado para todo aquel que quiera estudiar!". Esta frase es el reflejo de la dislexia del sistema educativo superior en México y del inexistente sistema de aprendizaje de oficios. Sin embargo, ambas deficiencias están íntimamente relacionadas con la decadencia económica del país, el paulatino desplome del poder adquisitivo de los mexicanos y en general de su nivel de vida, especialmente tras 30 años de salvaje neoliberalismo desregularizado y de múltiples y nocivas reformas al artículo 3 de la Constitución. Decir que todos los mexicanos deben estudiar una carrera universitaria es parecido a la máxima del delirante expresidente Vicente Fox: "todos los mexicanos deberían tener un changarro".
En este sentido y como resultado, las universidades han tenido que abandonar una de sus funciones básicas: la investigación y con esto, la producción de nuevo conocimiento (con algunas excepciones). Se han convertido en meras máquinas dispensadoras de profesionistas que van a nutrir a la industria privada y cubrir los más diversos tipos de trabajo, inclusive los no calificados. Esta devaluación del profesionista y el lucrativo negocio de producirlo en masa ha llevado a que las Universidades patito pululen a lo largo y ancho del país, compitiendo en número con los OXXOS (una cadena de tiendas de conveniencia).
Las carreras ofertadas no pueden depender de la demanda de las empresas privadas nacionales o extranjeras, sino de un plan nacional de desarrollo socioeconómico cuidadosamente elaborado por el Estado y la sociedad, atendiendo a las necesidades colectivas de la mayoría y acorde a un programa eco-sustentable.
Sin embargo, las condiciones de la mayoría de nuestras universidades públicas se han venido deteriorando a partir del abandono intencionado de los gobiernos neoliberales para justificar la apertura a las privadas. La corrupción las ha copado. Es una vergüenza en nuestras universidades la gran desigualdad salarial entre las cúpulas directivas y los trabajadores académicos en las aulas y laboratorios; además, por ejemplo, que a estas alturas no cuenten con residencias o dormitorios para estudiantes foráneos (nacionales y extranjeros) y desde luego a precios accesibles; que no administren su propio comedor para su personal y sus estudiantes, a precios subsidiados, y que —por el contrario este servicio lo concesionen a particulares que no sólo abusan con los precios, sino que ofrecen comida chatarra y se enquistan creando su monopolio dentro de nuestras universidades.
Estas condiciones harían posible en la educación universitaria el importante desempeño vocacional y la verdadera voluntad de estudiar; un escenario donde todo aquel que no quiera o no pueda contribuir al desarrollo nacional como profesionista, lo pueda hacer como técnico calificado en alguna de las diversas ramas del progreso; en general, que lo pueda hacer eligiendo libremente la práctica profesional, sea en la ciencia, en el arte o en la tecnología, es decir, ejerciendo su derecho a seguir la carrera que más le guste.
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