'Putas y guerrilleras' (2014) relata los crímenes sexuales sufridos por las mujeres en los centros clandestinos de detención durante la dictadura militar argentina, que en algunos casos también fueron relaciones tortuosas nacidas bajo tormentos con sus victimarios. El libro fue escrito por Olga Wornat y Miriam Lewin, y será reeditado y lanzado este 2019 por editorial Planeta.
"El libro fue pionero en este tema. Nunca antes se había tocado el tema de las mujeres en los campos de concentración de la dictadura. Siempre fue tocado de manera prejuiciosa y desde una mirada muy masculina", dijo Wornat a Sputnik.
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Se calcula que en Argentina hay unas 30.000 personas desaparecidas por el Estado durante la dictadura militar (1976-1983). Según el Informe Nacional sobre Desaparición de Personas, 33% fueron mujeres, y el 10% de ellas estaban embarazadas. Casi ninguna alcanzaba los 30 años de edad.
La gran mayoría fue sometida sistemáticamente a desnudez forzada, violaciones reiteradas y grupales, penetraciones con armas de fuego y otros objetos en la vagina, ano o boca, torturas en los genitales; partos en cautiverio y bajo tortura física, torturas durante el embarazo. Hubo mujeres que parieron bebés con malformaciones o tuvieron abortos espontáneos o inducidos por militares, y cientos sufrieron el robo de sus hijos.
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En 2010, Wornat y Lewin encontraron un impulso para escribir y publicar un libro sobre el tema después de que la Corte Penal Internacional de La Haya incluyó dentro de la definición de "lesa humanidad" a "toda violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad comparable".
En la mayoría de los relatos "flotaba el tema de la traición": una mujer que se "enamora" de su captor es una traidora.
"Era algo que se hablaba entre las compañeras. Miriam y yo también llegamos a pensar lo mismo en algún momento: se enamoró de ese torturador ¿Cómo hizo? Pensábamos que eso podía ser amor... Con el tiempo, analizando y mirando cómo fue todo, nos dimos cuenta que eso nunca podía ser amor, eso era la necesidad de la supervivencia", aseguró Wornat.
Con el libro las autoras "desvirtuaron" el tema, le "quitaron esa pátina de prejuicio que había".
"Quisimos narrar para desvirtuar un poco toda esa mirada masculina que había sobre aquellas chicas, compañeras y mujeres que cayeron, y que por una causa u otra se salvaron, o por una causa u otra estuvieron relacionadas con sus captores. Hay casos de mujeres que estuvieron relacionadas con sus captores y hasta tuvieron una relación fuera del campo de concentración. Era un poco eso: colocar las cosas en su lugar", contó Wornat.
A su vez, otras “sufrieron horrores y nunca tuvieron una relación con los torturadores, como Miriam, que nunca estableció una relación 'amorosa' con ninguno".
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Wornat hizo hincapié en que las mujeres secuestradas sufrieron vejámenes diferentes, aunque terribles igual, a los de las mujeres presas en cárceles comunes: "ser desaparecida significa que no existís en ninguna parte. Eso ya te provoca un golpe emocional mayor que el estar en una cárcel a la que tus familiares puedan ir a visitarte, al margen de que ambas situaciones son espantosas igual".
"Cuando te quiebran completamente y estás secuestrada y no sabés si mañana te suben a un avión y te tiran al mar, que te violan cinco todos los días, que tenés frío, que tenés hambre, que no sabés qué pasó con tus hijos... Estás sometida. A lo mejor llega [tu captor] y por ahí te trata bien y te dice 'vos sos linda', 'vos sos buena', 'yo te voy a salvar', y es un salvavidas en el medio de esa noche tan oscura, y empiezas a creer que si te portás bien vas a salir y volver a ver a tus hijos, a tu familia. A lo mejor se genera algún sentimiento entre tu carcelero y vos que estás presa, desaparecida y a merced de él", explicó Wornat.
"Cuando estás sometida a esclavitud no existe el consentimiento, por más que no exista la violencia física", resumió.
Según el último informe de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad de marzo de 2019, a 43 años del golpe hay, sin embargo, 892 personas condenadas: poco más de un genocida preso por Centro Clandestino de Detención (CCD).
Lewin y Wornat concluyeron que es "mucho más complicado ser mujer dentro de un campo de concentración o dentro de una cárcel que ser hombre": aunque hubo casos de abuso sexual perpetrado a hombres, "la peor parte siempre la llevamos nosotras", aseguró Wornat.
"Era horrible ser mujer y saber que te podían llevar, porque tu destino era, además de la violación... Cualquier otra cosa, te podían violar 20, qué se yo, someterte a esclavitud, y todo lo que te puedas imaginar".