El bombeo necesita más electricidad que el metro. Así que, el apagón nacional que comenzó el pasado 7 de marzo por un ataque cibernético internacional a la hidroeléctrica del Guri (el pulmón que surte el 80% de la electricidad del país), según el Gobierno, está dejando secuelas hasta el momento imprevisibles.
Lo que sí se ve es la sequía cotidiana. Barrios enteros sin agua, bombas de almacenamiento vacías, edificios con racionamiento extremo. La crisis es acumulativa. Estos días no hay colegio, ni clases ni obligaciones laborales y la ciudad permanece casi inmóvil esperando noticias. Adaptándose.
"El sistema eléctrico de Venezuela está en un estado muy vulnerable desde hace más de 25 o 30 años", sostiene a Sputnik Pablo Varela, exjefe de división de Energías Renovables del Ministerio de Energía.
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Varela argumenta que "no se puede negar que haya sido saboteado pero dado el deterioro acumulado no necesitaba un sabotaje. Cualquiera con medios muy rústicos podría producir daños bastante grandes". Grandes son los bidones que carga Deissy Fuguet.
Son apenas las diez de la mañana del lunes y el sol sobre el Distribuidor de Altamira de Caracas calienta como si fuese pleno mediodía. Es casi verano en Venezuela aunque en el trópico no se cuentan estaciones.
"Lo que estamos viviendo es inhumano", se queja Deissy con su hijo de dos años en brazos. "No se lo deseo a nadie. Llevo más de una semana sin agua. No puedo cocinar, no nos podemos bañar. No puedo vivir así".
Son días donde no hay mucho que hacer. La ciudad está funcionando en contingencia, hay otros horarios y las jornadas no son laborables. Abastecerse de agua es la mayor preocupación. Y casi la única. En Altamira el agua sale de una tubería matriz que cruza la autopista Francisco Fajardo para abastecer al módulo policial de la zona. No falla. Y se nota el trajín.
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Sobre la situación actual del sistema eléctrico nacional, tras el último ataque provocado por un francotirador que incendió el patio de generación del Guri, según el Gobierno; Pablo Varela asegura que su estado es "pésimo, porque un sistema que de por sí está débil, como un enfermo que tiene mal el corazón y tiene un preinfarto, evidentemente después de ese pre infarto, el músculo ya no va a estar igual, sino que estará más sensible y predispuesto al fallo".
El símil es pura lógica pertinente. Varela acumula más de cuarenta años en la industria de la energía eléctrica pero contesta prudente sobre el futuro: "No tengo una bola de cristal y uno, por la experiencia, tiende a ser pesimista. Sin embargo, hay algo que tenemos los latinoamericanos… Tendemos a ser ingeniosos, a sacar fuerza de la flaqueza y soluciones donde parecía que no las había".
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"La administración de carga es una medida correcta", señala el exfuncionario sobre el reciente anuncio de Nicolás Maduro de racionar la energía durante el próximo mes hasta que se estabilice el sistema. "No se trata de gastar menos sino de gastar lo que hay más organizadamente", continúa. "Se puede conseguir pero no contamos con todos los elementos necesarios. Falta personal preparado y hay carencia de equipos técnicos e infraestructura".
La vida se ha precarizado a marchas forzadas el último mes. A los pies del Ávila, la montaña que rodea Caracas, las fuentes de los manantiales abastecen a barrios enteros. El agua viene de rincones escondidos a metros de altura del Waraira Repano, el nombre que los aborígenes le dieron al cerro; y las colas son habituales también en este punto. Decenas de personas caminan cada día hasta sus faldas.
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Cargan bidones en carritos que suben vacíos y vuelven pesados hasta el próximo viaje. Trotan con ropa cómoda y sombrero indispensable por la carretera que rodea la ciudad, atajo de atascos imposibles, y que conecta la urbe con el Parque. Pedro está sentado esperando. Carga solo dos garrafas de cinco litros cada una.
"Estoy haciendo la cola para llenar estos tobos de agua. Es para el nieto, para hacerle el desayuno", cuenta. "Hay tres clases de agua: una para bañarse, otra para cocinar y otra para vaciar las cisternas", continúa.
Su paciencia es pasmosa. No parece desesperado, pero dice que "vivir sin agua es como tener ojos y no poder ver, como tener boca y no poder hablar. El agua está ahí pero no llega y hay que venir a buscarla y esperarla durante horas" Sobre culpas no dice nada. "Yo solo sé que si no trabajo no como, que si no vengo a por agua, no bebo".
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La situación de crisis actual que Nicolás Maduro ha calificado como de "golpe de estado energético", está suponiendo un punto de inflexión en algunos pendientes venezolanos como el de la racionalización del uso de la electricidad. Varela saca el tema a colación. Es uno de los principales asuntos a tener en cuenta si el país quiere lograr el restablecimiento total del sistema eléctrico.
"Venezuela es el país de América Latina al que más le ha costado racionalizar el uso de su energía", asegura. El bajo costo de los servicios (casi gratis), la abundancia petrolera y el carácter rentista de la sociedad han marcado una cultura del despilfarro que continúa vigente en lo más profundo de la idiosincrasia caribeña.
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Entrar en una casa de cualquier venezolano que lleva horas vacía y encontrarse todas las luces del apartamento encendidas y el aire acondicionado a 18 grados centígrados congelando innecesariamente el ambiente no es una excepción. Es una (mala) cultura que hay que exterminar.
"Nos falta un largo camino para ser más eficientes", añade el experto en energía eléctrica. "Pero no estamos heridos de muerte. Es como cuando a un boxeador un mal golpe le deja caído de rodillas y tiene que defenderse así. ¿Es posible defenderse de rodillas? Sí. Pero hay que organizarse más", sentencia.
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De nuevo a los pies del Waraira Repano pero en otra fuente de otro manantial, Laura espera su turno bajo un paraguas amarillo. A su lado, Violeta, camisa rosa, gafas redondas. Están discutiendo de política con un grupo de chicas jóvenes que espera delante de ellas. Las chicas no tienen más de veinte años y se quejan de la vida en su país.
Llevan semanas de sequía y creen que la culpa del agua o la falta de ella es de Maduro. Para Laura, la situación que vive "es una barbarie". "Estoy indignada, impotente por lo que estoy viendo". Para ella, que también habla de culpas y le tiembla la voz de puro nervio por la discusión, el responsable es "Guaidó y toda esa pila de vagabundos y ladrones".
"Pero tenemos gente en el país cegada por falta de entendimiento y porque no quieren ver la realidad de las cosas. Se hacen llamar venezolanos y no tienen nada de venezolanos. Son antipatriotas", asevera.
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La pelea se calienta. El grupo acorrala a Laura y a su amiga Violeta que se esconden un poco bajo el paraguas. Las increpan gritando con jerga soez. Nadie escucha a nadie. Las señoras se mantienen firmes. Leales siempre, dicen. ¿A quién? A Chávez.
Las niñas se quejan de la comida del CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción. Son las cajas de comida subsidiada por el Gobierno que llegan a millones de familias en todo el territorio nacional).
"La harina es mexicana", dicen. "Y sienta mal". Unos metros más allá, Patricia sonríe para la foto que un chico con camisa de rayas acaba de sacarle con el celular. Lo guarda enseguida. ¿Cómo era esa palabra? Podrían haberse preguntado el uno al otro. Resiliencia. Podría haber respondido cualquiera.