El capitán retirado del Ejército de Brasil respondió de una manera más ambigua cuando los periodistas le preguntaron si prestaría el territorio brasileño para una invasión a su país vecino: "De algunas posibilidades no se habla en público", dijo el mandatario de ultraderecha. Y de esta manera dio por terminada su aportación.
Es decir, Gadafi vivo y Gadafi muerto, mientras hacía referencia a presidentes que, al igual que Nicolás Maduro, habían desafiado a EEUU y se habían mofado de su capacidad de maniobra. En la misma línea, Rubio posteó fotografías del panameño Manuel Noriega o el rumano Nichita Stanescu. El timeline del senador fue trending topic ese día.
¿Pero qué piensan los venezolanos cuando se habla de una intervención militar a su país? ¿Son conscientes de las consecuencias que podría conllevar? ¿La apoyarían o por el contrario la rechazan contundentemente?
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Se me ocurrió hacer esta encuesta a pie de calle cuando hace unas semanas escuché al doctor Marcos Luna decir en voz alta que "los latinoamericanos no están preparados para autogobernarse" y que por lo tanto "habría que volver a la época de las colonias". Yo estaba tumbada en una camilla, bajo su amparo, porque había ido a chequearme unos problemas dermatológicos. De repente quise salir corriendo. Qué miedo. La política marca y divide a la sociedad venezolana.
Decido salir a caminar y entrevistar gente al azar, solo haciéndoles esta pregunta: ¿qué opina de una posible intervención militar de EEUU en Venezuela?
Le hago la misma pregunta que tenía en mente. Responde: "Primero, ellos no se van a atrever a invadir a Venezuela". "Venezuela no es mocha (término venezolano para referirse a alguien con algún miembro de su cuerpo amputado). Venezuela tiene un pueblo muy aguerrido que va a luchar para que su país salga adelante. Ya nos tienen invadidos… El norte quiere nuestras riquezas, nuestros recursos naturales… Y lamentablemente hay muchos apátridas que no quieren a su tierra y que no les importa regalar su país a un extranjero".
Enica lo tiene claro. Sonríe todo el tiempo y habla "duro". Alto, fuerte. Segura de sí misma. No hace falta que le pregunte más. Ella sola continúa con su speech. "El presidente (por Nicolás Maduro) tiene que tener mano dura y ponerse los pantalones porque Maduro es muy pasivo, solo habla de la paz… Chávez sí era más fuerte, más dominante, más radical, pero Maduro es todo lo contrario… Nunca le escuché maldiciendo a nadie, lo que quiere es la unión de todos los venezolanos".
No me queda muy claro si este aspecto le parece bien o mal. Habla tan rápido que no me da tiempo a intervenir. "Yo creo en Dios sobre todas las cosas", continúa. "No van a lograr lo que ellos quieren porque Jesús y Dios están con nosotros y este es un país chiquito pero rico. Dios nos tiene en sus manos y nos protege. Amén".
Tomando un café a pocos metros está Arturo, que lleva una radio colgando del cinturón. Suena salsa vieja a todo volumen. Me llama "camarada" cuando le digo que trabajo para un medio ruso. Sobre la intervención dice que sería "un desastre total, porque para empezar tienen que respetar la Constitución de la República y aquí nosotros ya tenemos un presidente, les guste o no. Hubo unas elecciones y la mayoría votó por él así que hay que esperar a que haya unas nuevas elecciones para que la oposición pueda competir".
Arturo está completamente en contra de una invasión estadounidense, y como Enica, cree que lo que quiere EEUU son las riquezas naturales de Venezuela, sobre todo su petróleo, "porque a EEUU se le está acabando el suyo y allí tienen que practicar el fracking". Hace una lista de los deseos norteamericanos: "agua, coltán, oro, diamantes". La perla negra del Caribe es, todavía, Bolivariana.
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Estoy en Plaza Venezuela, una zona céntrica de la capital. La mezcla de gente es la tónica. Antonio Cabrera tiene 23 años, es alto, delgado y se acaba de licenciar en Administración de Empresas Turísticas. Vive solo y está por mudarse a Londres, donde está toda su familia.
"¿Que qué opino sobre una intervención militar en Venezuela? Mira, la verdad no sé, porque no me he informado sobre nada de eso y no sé sus pros y sus contras". ¿No tienes opinión sobre una posible invasión a tu país?, le pregunto, un tanto asombrada. "No me interesa la situación del país porque toda mi familia está fuera, aquí estoy solo y yo estoy ultimando detalles para irme, así que una intervención me da totalmente igual".
Sigo caminando y llego hasta la Plaza de Altamira, al este de la capital. Esta es una zona eminentemente opositora, de clase media alta y adinerada. Eso se nota en los comercios alrededor y en el tipo de gente que se sienta en la plaza.
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Un ejemplo claro de ese prototipo son Darianys y Fernanda, que no tienen complejos de opinión. Apenas pasan los 30 años, están sentadas charlando tranquilamente sobre sus cosas. Me acerco y les hago la pregunta sobre la intervención.
Primero responde Fernanda: "Oye, sería muy bueno porque caería el Gobierno y tendríamos una estabilidad. Tendríamos más posibilidades de comprar cosas… Ahora una trabaja solo para comprar comida pero no alcanza para comprar un par de zapatos".
Darianys permanece callada mientras su amiga responde pero en seguida se anima a participar: "Sería bueno porque una intervención cambiaría muchas cosas. Ahora, por ejemplo, el bolívar (moneda nacional) no vale nada. Con una intervención empezaríamos a vivir como en EEUU, que tienen el dólar"
Decido coger un mototaxi para irme de allí. Los muchachos están sentados hablando entre ellos esperando a la clientela, y aprovecho para continuar con la encuesta. Diversidad de opiniones.
El primero: "Que intervengan a Venezuela, que es la única manera de acabar con esta situación. Mira qué hora es y todavía no he desayunado". Otro, a su lado: "Hay que pensarlo muy bien porque podría haber una guerra y podría haber bastantes muertes. Creo que lo mejor es el diálogo".
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Un tercero: "Yo opino que no podemos entrar en guerra porque la guerra no es buena para ningún país. ¿Sabes cuánto duró Hitler invadiendo España? (evito comentar que Hitler no invadió España) Si llegamos a eso nos vamos más al barranco, tardaríamos más en salir de la crisis. Tiene que haber unas elecciones libres, un diálogo. Y que el cambio venga desde aquí adentro. Que no vengan a decirnos lo que tenemos que hacer".
La carrera son 5.000 bolívares soberanos. Apenas un dólar y medio. Nos vamos volando mientras hablamos de fútbol durante el camino.