"En seguida estuvo claro que esto no había sido más que el detonante de un malestar acumulado en la sociedad francesa y que una vez producido ese estallido el problema no se iba a solucionar arreglando simplemente el detonante. Es decir que los problemas de fondo habían estallado (…) y la dinámica de este movimiento iba a ser dura e iba a ir para largo", dijo Zelaia.
De acuerdo al analista de la consultora Ekai Center, hoy es claro que lo que cuestionaban ' los chalecos' no era una medida concreta del gobierno sino "el cansancio de la sociedad francesa" a un modelo de desarrollo dominante en las últimas tres décadas", instalado también en Estados Unidos y el resto de Europa, que "no es sostenible" por la inequidad que lleva intrínseca para los miembros de la sociedad.
"Hay un claro agotamiento del modelo que se inició en los años 80, que iba generando desigualdades crecientes, con una evolución de los salarios que crecía siempre por debajo de la productividad, tanto en las situaciones de crisis como en las situaciones de crecimiento. En definitiva es el fin de ese modelo", apuntó.
En tal contexto, la fuerza del descontento de aquellos que se sintieron excluidos no ha de sorprender, pero tampoco llama la atención la falta de definiciones sobre los caminos a seguir que aún son inciertos para el heterogéneo grupo que compone las manifestaciones.
Por eso, no es descartable que surjan de este movimiento alternativas políticas con propuestas concretas, aunque es más difícil que estas alternativas "tengan capacidad de representar al conjunto del movimiento de chalecos amarillos".