Aunque las celebraciones tienen orígenes religiosos, no son solo los ortodoxos quienes se dan un chapuzón este día, la costumbre también se ha hecho popular entre los no creyentes, quienes creen que bañarse en agua fría es bueno para la salud.
Después de 10 años viviendo en Rusia, decidí que tal vez ya era hora de tomar parte en esta insólita tradición, aunque mi alma brasileña, acostumbrada al sol y al calor, me dijera que era una terrible idea.
Al médico con quien consulté la idea tampoco le pareció una de las mejores. Me alertó de que no era recomendable someter al organismo a un estrés innecesario, que podría terminar enfermándome o, incluso, sufrir un paro cardíaco. Aunque me asusté un poco, resolví que sus consejos se debían a la responsabilidad de su profesión.
Me puse a dudar si sería capaz de hacerlo ya el primer día que empecé la preparación que me recomendó el médico, al darse cuenta que yo realmente planeaba llevar a cabo la idea. Para que mi cuerpo se acostumbrara al cambio drástico de temperatura, en los días precedentes al 'kreschenie', debía salir al balcón de mi casa en traje de baño, a varios grados bajo cero, y también bañarme en agua fría. ¡La sensación era terrible!
Llega el gran día
Después de casi una semana preparándome para zambullirme en aguas gélidas, todavía no estaba segura si realmente lo llevaría a cabo cuando, al fin, llegó el gran día. Sin embargo, después de hablar con amigos que ya habían pasado por la experiencia en años anteriores, me llené de coraje para hacerlo yo también.
A las diez de la noche del 18 de enero, me reuní con unos amigos en el parque Tsarítsino, en el sur de Moscú, uno de los más de 60 puntos preparados por las autoridades municipales para las celebraciones. Por suerte, no hacía tanto frío, estábamos a solamente un grado bajo cero, lo que es una temperatura bastante agradecida para esta época del año en la capital rusa.
Después de algunos minutos observando a la gente entrar en las aguas frías, decidí que debía hacerlo lo más pronto posible, si no terminaría perdiendo el vigor y desistiendo. Caminé unos 50 metros hasta el lugar donde estaban dispuestas dos grandes tiendas de campaña (una femenina y una masculina) para cambiarse.
En su interior, decenas de mujeres de todas las edades charlaban animadamente. Algunas ya se estaban quitando el traje de baño mojado y poniéndose ropa seca, otras todavía se preparaban para bañarse. Todas comentaban lo increíble que era zambullirse en el agua helada, lo que me dio una dosis extra de ánimo para hacerlo. "Es una experiencia inolvidable", me dijo una niña que acababa de participar en la Epifanía por primera vez.
Una experiencia inolvidable
La sensación de salir al aire libre en traje de baño en pleno invierno ruso no fue tan terrible como me lo esperaba. Caminé rápidamente hacia al lago, me quité las chancletas, colgué mi toalla en el local indicado y de manera resuelta me dirigí hacia el agujero en el lago.
Una amiga me había dicho que los pocos segundos en los que estás dentro de las gélidas aguas son los más incomprensibles de tu vida. Me dio risa cuando me dijo esto, pero el momento en que entré al lago inmediatamente la entendí. Es como si el cuerpo entrara en un trance momentáneo. Tal vez por toda la adrenalina, el frío casi no se siente.
No tardé mucho en entender por qué esta práctica que, a primera vista, parece tan insólita goza de tamaña popularidad. Es muy sencillo: ¡es increíble lo que se siente!
Después de vestirme y tomar un té caliente ofrecido por los organizadores del evento, solo conseguía pensar en una cosa: hay que repetirlo el próximo año. Como me habían alertado: es una experiencia verdaderamente inolvidable.
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