'El invierno de nuestro descontento', tomado por la prensa de la obra de Shakespeare, 'Ricardo III', es un drama que el presidente francés está sufriendo pero que, a diferencia de la obra de teatro, no tiene un final previsto.
Macron no ha podido dar pie a titulares como el famoso 'Crisis? What crisis?' del diario The Sun de aquella época, porque las imágenes proyectadas en todo el mundo de las manifestaciones, bloqueos y actos de vandalismo que ha provocado la revuelta de los llamados 'chalecos amarillos' le han obligado a recular de tal manera en sus planes reformistas que nadie sabe cómo va a poder enfrentar, no solo el año que empieza, sino los tres y medio que le quedan de mandato.
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Ahora se recuerda que, en realidad, su victoria en las presidenciales se debió a la eliminación judicial de su rival a la derecha, François Fillon, a la alta abstención, y a la 'barrera sanitaria' que muchos electores de izquierda levantaron contra Marine Le Pen. Puede ser. Pero nadie estaba un mes más tarde obligado a votar a 'La Republica en Marcha' y otorgar a Macron la mayoría absoluta en la Asamblea.
El presidente francés inició el año 2018 en pleno optimismo. Había recuperado 10 puntos en los sondeos y obtenía una aprobación del 50% de sus conciudadanos. Venía de haber conseguido aprobar la nueva Ley de Trabajo y el nuevo estatuto para los trabajadores de los ferrocarriles, el último reducto del sindicalismo más duro. Al rodillo interior para aplicar sus reformas, añadía el brillo exterior, tras sus encuentros meses antes con Vladimir Putin y Donald Trump, en una iniciativa con la que pretendía erigirse en jefe de Europa y líder mundial facilitador del consenso internacional.
Macron representaba una esperanza. La de reformar el país con más gasto social de Europa. Lo cual no es negativo si ello no conlleva convertirse en deudor eterno del capital exterior. Tampoco sería criticable si no fuera porque para pagar el 'paraíso social francés' se ahoga a impuestos una clase media y media-baja que esperaba un freno a la histeria recaudadora del fisco.
La rebelión de la Francia despreciada
Ha sido una tasa la que precisamente ha apagado el furor reformista de Macron y, de rebote, sus ambiciones nacionales e internacionales. El aumento del impuesto al gasoil por supuestas razones de protección del medio ambiente descubrió el rostro de la Francia ignorada, de la Francia que no salía en los informativos, de la Francia olvidada de la atención del nuevo régimen, que miraba más hacia Silicon Valley que al centro del Hexágono. Que se preocupa más de los habitantes de las 'banlieues' que de los 'petits blancs' excluidos de la 'start up nation' soñada por los macronistas.
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Pero, aparte las reformas y las medidas de ahorro presupuestario, hay otras razones para explicar la desafección de los franceses con su presidente, antes de la irrupción de los 'chalecos amarillos'.
Despreciativo, presuntuoso, prepotente. Son calificativos que antes y ahora han llovido sobre el jefe del Estado. Macron ha osado decir lo que muchos otros antes que él han soñado hacer oír a sus compatriotas: "galos refractarios a los cambios"; "los vagos no frenarán las reformas"; "te encuentro un trabajo cruzando la calle"….
Pero al tiempo que incriminaba a muchos de sus administrados, dejaba en evidencia un comportamiento poco diferente al de sus predecesores a los que tanto criticaba y de los que pretendía diferenciarse. El escándalo protagonizado por su guardaespaldas, Alexandre Benalla, señaló el comienzo del fin del aura que cubre de respeto la figura presidencial.
Con Benalla empezó todo
Su reacción a la investigación parlamentaria del comportamiento ilegal y violento de su protegido en una manifestación fue sorprendente. Primero, el silencio. Más tarde, lanzó desafiante: "Yo soy el único responsable de todo; si quieren, que vengan a por mí".
El respeto de sus ministros también iba a flojear. Su fichaje galáctico, Nicolas Hulot, el ecologista mediático y líder de las personalidades más apreciadas por los franceses, dimitió como responsable de Ecología de madrugada, en directo a través de la radio y sin avisarle previamente. Su padrino político, el veterano socialista Gerard Collomb, abandonó el Ministerio del Interior para preferir retornar a la alcaldía de Lyon.
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— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) November 6, 2018
Emmanuel Macron cambia de año debilitado y sin aliento para acometer reformas de enorme trascendencia, como la de las pensiones y la del sistema de desempleo. Para calmar la rebelión de los chalecos amarillos ha debido renunciar al ahorro de 10.000 millones de euros. Como cualquier otro predecesor, la chequera sirve para ahogar la protesta, para apagar cualquier hoguera.
La 'salvinización' de Macron
Las elecciones europeas de mayo representarán el primer plebiscito sobre su política tras su annus horribilis 2018. Macron pretendía convertirlas en un duelo de 'los progresistas', liderados por él, contra los 'nacionalistas', que él representaba con Salvini o el húngaro Viktor Orban. Esa estrategia ha quedado obsoleta por sus problemas internos. Para el dirigente francés la situación es tan delicada que le convendría incluso que quienes le han hecho bajar del pedestal, los chalecos amarillos, formaran un partido para presentarse a los comicios europeos y robaran así votos a Marine Le Pen, su única rival.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK