Este año, Ernest Maurer, ya no está, falleció hace pocos meses después de cumplir 91 años de una vida plena, que transcurrió entre la Hacienda Panoaya y el bosque vecino que él mismo sembró, desde que en 1960 comenzó a reforestar 600 hectáreas erosionadas.
Junto al pintoresco pueblo de Amecameca, a menos de una hora de la capital, lo bautizó como el "Bosque de los Árboles de Navidad".
Ahora, decenas de miles de familias mexicanas del Valle de México y alrededores acuden a elegir y cortar ellas mismas el personaje central de las festividades cristianas de fin de año.
Los evangelizadores del norte de Europa adaptaron una tradición pagana de adorar al sol y la fertilidad con un "árbol del universo", y la vincularon con el nacimiento de Jesús.

Parte de la herencia familiar es un museo en la hacienda colonial que fue la casa donde la poeta mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), vivió su primera infancia hasta los ocho años, y aprendió a leer a escondidas en la biblioteca del abuelo, según el relato de los anfitriones.
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Luego de cursar estudios básicos en Suiza, después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Maurer se embarcó en 1947 de regreso a México, donde había nacido de padre suizo y madre mexicana, sin tener idea que terminaría como agricultor, por un golpe de nostalgia por las montañas.
Hace casi 60 años compró estas tierras y, antes de fallecer este año, sus plantaciones de coníferas de tipo "vikingo" ya producían 500.000 pinos de varias especies.
Los bosques crecieron hasta llegar a 2,5 millones de árboles, entre los cuales también hay otras especies de abetos, robles y cedros.

Por el equivalente a 35 dólares, cada familia recibe prestado un pequeño serrucho y un manual para cortar el árbol, dejando de 30 a 50 centímetros del tronco desde el suelo, donde retoñará otro árbol hasta seis veces.
Cada árbol crece de 10 a 15 años de vida, cuando son cortados por las familias que también reciben un retoño de un pino para llevar a casa.
Una tradición sincrética
La familia suizo-mexicana también dotó al bosque de un pequeño mercado de artesanos de la región, que venden joyería, dulces, nueces, flores de pascua y ponche de Navidad caliente, creando una feria que contiene una especie de sincretismo de las tradiciones.
"Al principio, el señor Maurer se negaba, pero le gustaban tanto nuestros dulces que un día accedió a dejarnos vender, pero todo muy bien organizado como a él gustaba", lo recuerda con cariño Hernán García, quien trabaja en la plantación desde hace casi 40 años y vende artesanías.
Hasta 10.000 familias visitan los fines de semana el bosque, durante las semanas de adviento, previas a la Navidad.
El bosque se presenta como "la mayor plantación de árboles de autoservicio en el mundo", como la bautizó su fundador.
Cuesta imaginar que hace medio siglo estos bosques eran terrenos baldíos, tierras de cultivo cansadas por décadas de explotación, que los agricultores habían abandonado.

El método que introdujo para la reforestación y la gestión sostenible de los bosques, permite que cada árbol retoñe varias veces sobre las mismas raíces.
La plantación produce sus propios abonos de composta y posee grandes reservorios de agua de lluvia, con la que riegan los árboles en la estación seca por inyección manual directa en las raíces, un sistema importado desde Israel.
En Finlandia, los árboles crecen 25 centímetros al año, pero en este bosque mexicano logran un crecimiento anual de un metro anual.
"Maurer nos decía que México tiene el 40% del potencial genético de los bosques del mundo, pero cada año se deforestan 900.000 hectáreas", recuerda García de su antiguo patrón, de quien ahora hay un busto en la cabaña que fue su residencia.
Con la memoria cariñosa de su fundador, quien incluso ganó el premio nacional de ecología, el proyecto de la familia Maurer sigue boyante, vendiendo una experiencia única a sus clientes.
A pocos kilómetros de la megalópolis, hacer una caminata familiar, disfrutar la vista de los volcanes, respirar aire puro, cortar el árbol y al final tomar un refrigerio de comida tradicional mexicana, con quesadillas de champiñones y hongos de maíz, llamado "huitlacoche", es el paseo ideal para comenzar a vivir una sincrética experiencia navideña.