Ha pasado un año desde aquel 1 de octubre de 2017, cuando el mundo quedó estupefacto por las imágenes de la represión brutal contra el pueblo catalán por hacer efectivo un ejercicio básico de democracia en su referéndum independentista.
Junto a lo anterior, la oposición venezolana realizó el 16 de julio de 2017 una consulta plebiscitaria contra Nicolás Maduro, que no fue avalada por el Poder Electoral. Sin embargo, se realizó con total normalidad y no se vieron los cachiporrazos ni mujeres arrastradas por los cabellos de la consulta catalana, al mejor estilo del hombre de las cavernas.
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Hago esta comparación odiosa, de una manera atávica y medieval de afrontar las diferencias políticas, con una aparentemente moderna, pero vetusta forma de solucionar las divergencias, que data desde las ciudades estado griegas: en el 'Primer Mundo' aparentemente las lecciones de Pericles y de Sócrates, se han suplantado por el sempiterno derecho de la violencia irracional, en comparación con un país asediado consuetudinariamente por Occidente, que bien podrá faltarle comida y medicinas producto de un bloqueo, pero es ubérrimo en dignidad, en república y en democracia.
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Ahora bien, se repiten los errores del pasado y se apela a la represión para tratar de mantener una unidad a duras penas, se apela a la descalificación del adversario y el tema de Venezuela es primera página en cada uno de los titulares de los medios de comunicación del Reino, una perfecta cabeza de turco, todo con el fin de dejar el sistema como está.
Hay cosas en común en procesos separados por un océano que en el pasado unió ambas orillas, pero que ahora se hermanan por la justa causa de la independencia y la autodeterminación, igual que hace 200 años con sus matices hasta con el mismo yugo desvencijado.
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