En el centro del lugar hay una enorme tarima, que es la pista de baile, flanqueada por dos escenarios con amplificadores y luces. Cuando una banda termina, la del otro escenario no tarda en empezar y la gente gira sobre sus pies para seguir bailando.
"Son para Milo" es el evento que los congrega, organizado por la Benemérita Escuela de Maestros. No tienen financiamiento institucional, explica a Sputnik, Rodrigo Rojas, su fundador y coordinador cultural.
"Nuestra principal fuente económica son los expositores que hacen la muestra gastronómica y artesanal. Nos brindan una cuota colaborativa para instalar el evento y cubrir lo que se necesite. Es un modelo difícil, pero nos ha dado resultado para resolver lo básico", dijo Rojas a Sputnik.
Así, mientras la música no para y la gente tampoco, a su alrededor están los puestos de música, ropa y arte que financian lo necesario para que las más de 60.000 personas que participaron durante los cuatro días que el festival duró este año, disfruten de un ambiente organizado, dinámico y autogestivo.
"Los comerciantes son la base de Son para Milo y su corazón es la música", describe Rodrigo Rojas. Decenas de comerciantes y curiosos pasean con huipiles y guayaberas entre el mole poblano, el pulque hidalguense y las tlayudas oaxaqueñas.
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Las bandas tampoco cobran por participar del evento: "Mostrar su trabajo en esta plataforma es un escaparate para proyectarse a dónde sí les pagan. Así la música y la manera de organización siguen siendo patrimonio de nuestra cultura como comunidades mexicanas", agregó el organizador.
Una fiesta para la muerte
El evento es en sí un espacio para la muerte y sus festejos, porque muchos de los bailes típicos son parte de las despedidas fúnebres de distintas comunidades de México. Así se inició este movimiento cultural, dijo Rojas a Sputnik, en el funeral de Hermilo Rojas Aragón, su hermano, el 18 de junio de 2002.
"Milo" como todos lo llamaban, fue un promotor, maestro coreógrafo y formador de docentes de la educación primaria en la Escuela Nacional de Maestros (ENM). Su funeral se convirtió en la génesis de este festival concurrido y popular en Ciudad de México, que alberga gente de todo el país, que durante estos días revive un pedacito de su cultura local.
"En la primera ocasión se juntaron los músicos, compañeros, maestros y bailarines cercanos, acompañando la muerte de Milo. Ahí surgió la idea. Y propusimos hacer una segunda reunión y una tercera" y así fue creciendo.
Los amigos convocaron a las agrupaciones de músicos cercanos y para la tercera, ya habían conseguido un lugar en la ENM. Al año siguiente, ya habían mudado el festival a un lugar abierto y pasaron a tocar siete conjuntos. En la edición de 2018, 56 conjuntos musicales de todo México estuvieron en los escenarios abiertos, durante cuatro días de festejo.
"Hemos llegado a tener años con 120 agrupaciones. Así fue como de una tarde para despedir a Milo, pasamos a los cuatro que son hoy. Cuando una persona fallece hay maneras de seguir manteniéndola viva y esta es una de ellas. Por eso también tuvimos el honor de nombrar a los escenarios como músicos que han fallecido", explica Rojas.
Ritmos tradicionales
El Conjunto Regional de Ajuchitlán es uno de los primeros en tomar el escenario luego de que el festival se inaugure. Es una agrupación típica que tiene más de 120 años tocando. "Venimos desde Guerrero, de la [región] Tierra Caliente, el lugar de la desaparición forzada, dónde esta música representa nuestra lucha desde que los militares llegaron a nuestra comunidad. Estamos aquí porque vivos se los llevaron y vivos los queremos", dijo uno de sus integrantes a la concurrencia, el jueves 6 de septiembre.
El Son Calentano suena y la pista de baile comienza su palpitar. Hay bailarines adultos, niños y ancianas que zapatean con fuerza y coreografiados. Hay muchos jóvenes también. El público danzante hace parte de la música porque lleva la percusión en los pies. Para eso la pista de baile está montada en tablas de madera que suena al ritmo que le toquen.
Apenas termina el Son Jarocho desde Veracruz, cuando a sus espaldas los relevan desde Jalisco con un Jarabe Tapatío. La música trae tonadas tradicionales de todos lados: Tamaulipas, Chiapas, Michoacán inundan el ambiente con violines, acordeones y marimbas.
Así las Tehuana del istmo oaxaqueño bailan con los Charros regios del norte una jarana yucateca. Las mezclas son interminables en los colores y trajes de distintos lados de la República, que conviven con pasos distintos pero al mismo son.
Durante el sábado 8, la concurrencia llenó el lugar durante la actuación de "Los Hijos de la Matraca", una agrupación popular de Ciudad de México. Adriana Rodriguez, cantante del grupo, envió un mensaje al terminar su actuación.