"Quemaron todo lo que tenía, no quedó nada, y a muchas personas, no sólo a mi (…) pedimos que el Gobierno o la ONU nos lleven a otro lado, por lo menos a Boa Vista", comentaba a Sputnik Antonio López, una de las víctimas de la agresión.

El ataque se produjo después de que unos venezolanos robaran e hirieran a un vendedor local, y fue seguido de la expulsión de unos 1.200 venezolanos, que huyeron asustados de vuelta a su país; ahora la atmósfera en la ciudad es de una calma tensa.
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Según el recuento de los venezolanos, 47 personas se quedaron sin absolutamente nada, y ahora muchos de ellos pasan el día a la sombra de un arbusto esperando una solución, junto a los puestos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) en la frontera.
Han entregado una lista detallada de todos los que perdieron dinero, ropa y documentación y quieren que la ONU se encargue, al menos, de garantizarles el acceso a la ciudad de Boa Vista.
López, que en Venezuela trabajaba como carnicero, dejó en su país a sus hijos de diez y tres años a cargo de sus suegros y en Brasil, antes del ataque, hacía pequeños trabajos como mecánico, con lo que ganaba unos 15 reales (3,5 dólares) al día.
Su amigo Ildemar Maitán, venezolano del Puerto La Cruz, también quiere irse de esta pequeña ciudad fronteriza cuanto antes: "Quiero que me dejen en Boa Vista, después yo veo qué hago, pero no quiero quedarme en la frontera, porque aquí está muy peligroso", aseguró.
Su madre, Teite Martínez, espera que los funcionarios de Acnur puedan trasladarla rápidamente a algún hospital de Boa Vista lo antes posible.
"Mi niña tendría que haber dado a luz ayer, tenemos que irnos para allá a que le hagan la cesárea, pero nosotros somos refugiados, no tenemos cómo llegar, el pasaje cuesta 50 reales (12 dólares) y no tenemos ese dinero", lamentó.
Cada día una media de 500 venezolanos atraviesa la frontera terrestre de Brasil a través de Pacaraima.
Muchos tardan hasta cinco días en tramitar su permiso de residencia o de refugio y mientras tanto duermen a la intemperie, en iglesias o en casas de vecinos, pero cuando terminan el trámite tienen muchas dificultades para salir hacia su próximo destino.