"La reforestación es un ejemplo muy importante para el mundo de hoy; hace más de 150 años ya hubo una percepción de la importancia de los servicios ambientales ofrecidos por las áreas protegidas", dijo a Sputnik el jefe del parque nacional, Ernesto Viveiros de Castro.
El bosque de Río de Janeiro estaba plenamente preservado hasta que en el siglo XVI, con el crecimiento incipiente de la ciudad, se empezaron a ocupar las laderas de las montañas, pero la degradación se aceleró a principios del siglo XIX con el boom del cultivo de café.
Los hacendados derribaron miles de árboles, y los efectos no tardaron en llegar: los manantiales se secaron y hubo grandes sequías que dejaron sin abastecimiento de agua a la ciudad, que dependía de los ríos que nacen en su selva.
Fotos: Una bióloga mexicana explora los secretos de la Amazonía
Así que alrededor de 1820 "se empezaron a tomar medidas serias", relató Viveiros.
Se expropiaron haciendas de café y se empezó un ambicioso proyecto de reforestación que lideró el mayor Manoel Gomes Archer junto a seis esclavos: Constantino, Eleutério, Leopoldo, Manuel, María y Mateus, aunque recientemente los historiadores han cuestionado esta versión romantizada y aseguran que hubo más personal involucrado.
Además: Los arqueólogos encuentran vestigios de antiguas civilizaciones en la Amazonía
Se priorizaron las riberas y las nacientes de los ríos, y desde el principio el propósito fue recuperar el paisaje original.
Cuentan las crónicas de la época que Archer desobedeció las órdenes de sus superiores y se negó a plantar los árboles en líneas rectas, lo hizo de forma desordenada a propósito.
"Realmente se intentó reconstruir una selva nativa y no un parque organizado", explicó Viveiros, quien subrayó que junto con el trabajo humano lo más importante fue la regeneración natural de la selva.
Actualmente algunas partes de la selva mantienen restos de los intentos del pasado de convertir este espacio verde en una especie de Central Park, con espacios de ocio, fuentes y zonas ajardinadas, algunas de ellas diseñadas por el paisajista Burle Marx.
Te puede interesar: Dios salve a la selva: comunidades amazónicas de Perú piden ayuda al papa
Sin embargo, la gran mayoría de sus casi 4.000 hectáreas son hoy un perfecto ejemplo de Mata Atlántica silvestre, la selva tropical que supo cubrir la extensa franja costera de Brasil sobre el Atlántico, y de la que ahora queda apenas 7% de su superficie original.
Sí puede presumir, en cambio, de haber contribuido de forma decisiva para que Río de Janeiro fuera declarada en 2012 Patrimonio de la Humanidad por su "paisaje urbano", una categoría inédita con que la Unesco quiso destacar la simbiosis única entre humanidad y naturaleza.
"Fue un trabajo inmenso, pero la recuperación quedó incompleta, la selva está aislada dentro de la ciudad, lo que dificulta el tránsito de especies", comentó Viveiros.
De hecho, el principal reto ahora es llenar la selva de vida animal; los últimos proyectos de la administración del parque pasan por reintroducir algunas especies clave, como los cutias, unos roedores muy importantes porque ayudan a dispersar las semillas de las especies vegetales.
Un total de 3,3 millones de turistas lo visitaron en 2017, 20% más que el año anterior, pero según los responsables el flujo es sostenible, además de positivo, porque desde su posición de escaparate nacional la selva sigue ejerciendo el papel de concienciación ambiental que tiene desde sus orígenes.