Alexandr Fiódorov y Elena Srapián dejaron su vida en Rusia para convivir con tribus indígenas en las cuencas del Orinoco y del Amazonas. En este momento, están en camino para visitar los Pirahã, en Brasil, así como a otras tribus locales. Ya conocen de cerca a los yanomami de Venezuela, los asháninca de Perú y los waorani de Ecuador.
Actualmente, hay etnias en América Latina que no permiten el paso de extraños por su territorio y para esto ponen obstáculos en el camino. Algunos huyen del contacto con la civilización, mientras que otros grupos se aprovechan de este contacto y hasta tienen representación en órganos legislativos, como es el caso de muchos pueblos originarios en Brasil.
Estos pueblos suelen habitar tierras ricas en oro, petróleo y otros minerales importantes para la industria moderna. Entonces, surge la inevitable pregunta: ¿qué debe hacer el gobierno?
Una vida de doble moral
Aquí surge un dilema bastante complicado: la cultura occidental 'civilizada' —una definición bastante discutida— condena el homicidio, pero en una sociedad pequeña y cerrada, donde todo visitante es considerado un invasor, esta interdicción no tiene validez.
"Usted no puede traer al mundo contemporáneo a personas que nunca han tenido contacto con la civilización, no logran adaptarse", prosiguió Fiódorov y afirmó que aquí existe una 'doble moral': por un lado, los indígenas viven en territorios y países gestionados por normas internacionalmente reconocidas y generalizadas; por otro, los pueblos originarios conservan sus leyes milenarias que no corresponden con los preceptos del mundo 'civilizado'.
No obstante, si el Estado opta por un aislamiento completo, restringirá también la evolución natural y podría violar los derechos humanos de una parte de sus habitantes al cortar su camino al 'progreso', enfatizó el fotógrafo.
"Si dejas a los indígenas comprender lo importante que es el intercambio de conocimientos, de experiencias, que pueden al fin y al cabo conservar su cultura y servirles, ya que todos van a saber quiénes son estas personas y compartir sus problemas", sostuvo Fiódorov.
De acuerdo con su compañera, Elena, es un asunto polifacético, ya que pese a que es cierto que el contacto con la 'civilización' podría hacer desaparecer la cultura indígena, la vida de los indígenas, especialmente si se trata de una comunidad aislada, es muy difícil: carecen de comida, tienen una rutina complicada y la medicina es rudimentaria.
"Si alguien quiere entrar en contacto con ellos y hacer su comunidad más moderna, no tenemos derecho alguno para impedirlo", afirmó la mujer.
Amenazas de extinción
Sin embargo, el contacto con la 'civilización', o la falta de él, no resume los problemas de las comunidades indígenas latinoamericanas. Suelen surgir conflictos sangrientos entre las distintas tribus, estos incluso han llevado a genocidios. Así pasó con la matanza de los Tagaeri y Taromenani realizada por miembros de la etnia Waorani en 2013.
Además, continúan los enfrentamientos entre los pueblos nativos y las grandes corporaciones. La historia reciente de Brasil conoce también el caso del Parque Xingu donde varias etnias luchan contra el proyecto de Belo Monte. Actualmente, la lucha está en el campo jurídico con el proyecto de la hidroeléctrica en suspensión.
"Tal vez valga la pena ir un poco en contra de los intereses de las extractoras de oro, de las petroleras y de otras entidades que se ocupan de la minería, si el mineral en cuestión no es crítico para el país", consideró Elena.
La viajera no tiene dudas de que los waorani deben ser protegidos de las empresas mineras de oro, deben tener el derecho de vivir en sus territorios sin ser blancos de ataques de los petroleros, sin ser víctimas de construcciones y carreteras.
"La selva es la fuente de alimentación, la selva es el elemento esencial en la vida de los waorani", destacó.
No obstante, hay lugares donde la infraestructura está bastante desarrollada y eso hace un servicio enorme a los pueblos indígenas: en Ecuador, por ejemplo, un helicóptero militar puede ser llamado para llevar a un enfermo o herido a un hospital en la zona urbana del país.
Respecto a la cuestión central de la entrevista y los viajes extremos que llevan a cabo estos jóvenes fotógrafos, respondieron de una manera ambigua: "Para los pueblos originarios, su comunidad es el mejor sitio para vivir; para nosotros, la 'civilización' es preferible".
Alexandr añadió que "en estas comunidades, sí que la vida es bella, la gente es feliz, trabajan juntos, están unidos, no abandonan a sus familiares".
"Este es el mejor lugar del mundo para ser un niño y para envejecer", concluyó.
El viaje de esta pareja rusa continúa y ellos prometen publicar más fotos en su cuenta de Instagram y Telegram.