Según la reciente información, durante el ataque contra Siria Washington y sus aliados lanzaron un total de 103 misiles.

Por su parte, Siria pudo derribarlos con los sistemas de defensa aérea de producción soviética —inicialmente destinados para luchar contra los propios Tomahawk, agrega el columnista.
En cuanto a Londres, los militares británicos atacaron las instalaciones sirias con proyectiles más modernos, Scalp EG, elaborados hace dos décadas.
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La situación con Francia resulta ser menos clara. Así, las autoridades galas también aseguran haber lanzado ocho misiles Scalp. No obstante, las Fuerzas Aéreas de Rusia niegan haber registrado proyectiles franceses.
El analista observa que se desencadenó una verdadera batalla a través de los medios de información que coinciden en que Rusia ganó sin un solo disparo. La pregunta clave es si EEUU y sus aliados en realidad tenían razones para emprender represalias tras el supuesto uso de armas químicas por el Gobierno sirio.
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Así, Huffington Post constata que EEUU no logró su objetivo de impedir futuros asesinatos o reducir la influencia de Rusia e Irán. Además, todos los blancos importantes en Siria resultaron hallarse al alcance de los sistemas de defensa rusos. Como consecuencia, el mandatario sirio, Bashar Asad, no dejará de combatir, mientras Rusia no sea desafiada.
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De la misma manera, Reuters concluye que Asad no está dispuesto a rendirse. Al mismo tiempo, Moscú anunció duras medidas que emprenderá en caso de que surja una amenaza para los militares rusos. Mientras tanto, ni Rusia ni EEUU quieren luchar el uno contra el otro.
Por consiguiente, el lanzamiento de misiles contra Siria no parece tener resultados tangibles.
EEUU y sus aliados gastaron entre 70 y 150 millones de dólares en la 'guerra virtual', cuyo único objetivo era mostrarle a todo el mundo su capacidad de reunir la voluntad y 'desobedecer' a Rusia, según concluye el columnista.
"Al parecer, nadie necesita los verdaderos resultados de la supuesta represalia. Se impone la impresión de que los mismos líderes europeos se contentarían con asestar un golpe devastador en un juego virtual de disparar, siempre que pudieran convencer a su auditorio de que el enemigo sufrió serias pérdidas", afirma.
"Pero se trata de otra cosa. La próxima generación de líderes occidentales ya no será capaz de distinguir entre dónde terminan las relaciones públicas y dónde comienza una verdadera guerra. Y esto convierte el mundo real en menos seguro y cada vez más alarmante", concluye el autor.