El balotaje o segunda ronda, que se celebrará el próximo 17 de diciembre, se augura muy reñida.
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Estos comicios en Chile fueron inéditos porque debutaban el sistema electoral proporcional, la ley de cuotas —es decir, una norma que obliga a los partidos políticos a presentar listas de candidatos equilibradas entre mujeres y hombres— y el voto en el exterior. Eso hizo posible que 40.000 chilenos que residen en el extranjero pudieran expresarse de forma política.
Esta vez ha sido la primera, desde la caída del régimen del general Augusto Pinochet, que la tradicional alianza izquierdista ha acudido dividida a unas elecciones presidenciales. Y eso ocurrió porque el Partido Democracia Cristiana (PDC) se negó a aceptar otro candidato que no fuera Carolina Goic, y la Nueva Mayoría —la coalición de izquierdas— decidió seguir adelante con la nominación de Guillier, pues tenía mejor rendimiento electoral.
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El derechista Piñera sueña pues con regresar al Palacio de La Moneda, la histórica sede de la Presidencia chilena emplazada en el centro de Santiago, donde ya ocupó el primer cargo de la nación entre 2010 y 2014.
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En otras palabras, los números favorecen a Guillier, quien empezó de inmediato a negociar de un lado y otro, prometiendo reformar la sanidad, el sistema privado de pensiones y profundizar en la reforma educativa iniciada por Bachelet. Su falta de atractivo juega en su contra frente a la gran experiencia y fuerte personalidad de Piñera. Algunos analistas locales se atreven a decir en público que Guillier no es un buen candidato. Y lo cierto es que su resultado fue el peor de la historia de la Concertación.
La participación electoral, una de las más bajas del mundo, será de nuevo clave. En la primera ronda no alcanzó el 47%, cayendo con respecto a la última cita electoral de 2013.
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LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK