Otro de los objetivos del DIH es "poner de relieve la discriminación contra los hombres" y develar las muchas caras bajo las que se oculta: "en las áreas de servicio social, en las actitudes y expectativas sociales, y la legislación". No debe sorprender que parezca un objetivo plagiado de un manual de feminismo: a pesar de los avances logrados en cuestión de igualdad y equidad de géneros, los estereotipos sobre la masculinidad mantienen abierta una brecha cultural difícil de abolir que abonan la discriminación del varón.
En efecto —y lo que sigue apenas si es un torpe esbozo del problema—, todavía el signo de igualdad que las mujeres establecen entre el grosor de la musculatura masculina y la calidad de los genes convierte en carne de gimnasio a los 'machos alfa' con los que quisieran tener descendencia. Asimismo, el hombre como proveedor del sustento del hogar es un lugar común que lleva a catalogar de 'mantenido' o 'vividor' a quienes se salen de ese encorsetado social. La paternidad, por su parte, es un actuar masculino rebajado en no pocas ocasiones al de simple ayuda en la crianza de un hijo, por lo que pocas legislaciones nacionales establecen licencias para el ejercicio de la misma. Por demás, siglos y siglos de sometimiento femenino al varón comienzan a pasar factura en este presente igualitario, al punto de que el baile parece ser el último reducto en el que un hombre puede tocar a una mujer y disfrutar de la proximidad de su cuerpo sin que al día siguiente termine requerido en un juzgado bajo cargos de acoso sexual. Y si el feminismo ha logrado —y con todo derecho— la inclusión de la mujer en deportes que se creían exclusivos de los hombres —boxeo, fútbol y halterofilia, por citar solo tres— la mentalidad masculina, pero también la femenina, no asimila aún a los hombres ejecutando las danzas acuáticas del nado sincronizado o mostrando su destreza y gracilidad con aros, cintas y pelotas en la gimnasia artística. Sospecho que el primer hombre que tenga el valor de romper ese estereotipo deportivo se verá enfrentado a las mismas burlas de hombres y mujeres que por treinta años sufrió Jonas Hanway en la Inglaterra del siglo XVIII cuando un buen día se le ocurrió protegerse de la pertinaz llovizna londinense con uno de aquellos parasoles que usaban las mujeres en Persia, una costumbre que habían importado de China. De aquel atrevimiento, que abolía de golpe un estereotipo de género, nació la hoy popular costumbre de salir con paraguas cuando los expertos pronostican amenaza de lluvia.
La celebración del DIH fue idea de Thomas Oaster, un profesor de la Universidad de Missouri-Kansas que la instauró en 1992. Se popularizó a partir de 1999 tras el apoyo recibido por la UNESCO que la consideró "una excelente idea que proporcionará un poco de equilibrio entre géneros" y desde entonces se celebra en buena parte de mundo. Por esas extrañas jugarretas del azar, el 19 de noviembre es también la fecha elegida por la Asamblea General de las Naciones Unidas como el Día Mundial del Retrete, circunstancia que pudiera prestarse a crueles ironías —"el hombre es la parte inservible de un pene", dice un chiste misándrico—, pero bien pensado es una coincidencia afortunada porque si existe una evidente diferencia de un hombre respecto a una mujer es la postura que adopta ante un retrete, el cual es una de esas "contribuciones positivas de los hombres a la sociedad" que busca recordar el Día Internacional del Hombre. Su diseño —y valga la digresión— se debe al matemático, mecánico y relojero escocés Alexander Cummings, quien concibió un sistema de cierre hidráulico con un tubo en forma de S que evitaba que los poco agradables olores del artilugio donde la gente evacuaba sus desechos corporales se quedaran dentro del espacio donde estaba instalado.
Si fue difícil para las mujeres vivir por siglos en un mundo regido por férreos patrones masculinos, los cambiantes estándares culturales de la contemporaneidad han hecho de la hombría un ejercicio sometido a un escrutinio tan obsesivo y en ocasiones extremo que ha devaluado la caballerosidad a 'delito' de género. Hoy —¿o acaso siempre lo fue?— el hombre es el verdadero sexo débil y el hecho de que el suicidio masculino se haya convertido en una 'epidemia silenciosa' bastaría para refrendar la tesis —a nivel mundial, "tres varones se quitan la vida por cada mujer"—, según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud. Pese a ello, el Día Internacional del Hombre no debe verse como la reacción pueril del antaño sexo fuerte a los avances del feminismo, sino como una fecha que procura el reconocimiento de las singularidades que propugna la 'equidad' —que no 'igualdad'— de géneros. La distinción es pertinente: el concepto de 'igualdad de género' parte de la idea de que todos somos iguales en derechos y oportunidades, mientras que la equidad de género propugna un trato justo entre mujeres y hombres que incluya el reconocimiento de sus diferencias. Como expresara la filósofa española Amelia Valcárcel "La igualdad es ética y la equidad es política". Y esto es válido para las mujeres, pero también para todos los hombres que cada 19 de noviembre, aunque nadie nos felicite en la mañana, o nos regale una flor o nos prepare un festejo, celebramos nuestro día.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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