"El terror de las bombas atómicas no es algo que se acabó hace 72 años, sino que sigue hasta el día de hoy, nos sigue agobiando", aseguró la anciana de 82 años al brindar un amplio testimonio en la jornada de reflexión organizada a propósito de la presencia hoy en Cuba de los 700 viajeros del Crucero por la Paz, proyecto japonés que promueve el desarme y la sostenibilidad ambiental del planeta.
"Hace 72 años, en Nagasaki, estuve expuesta a la bomba atómica", expresó la mujer canosa, menuda y delgada.
Explicó que en 1945, tenía 10 años, estudiaba cuarto grado y se encontraba en las vacaciones de verano en un barrio céntrico, a 3,6 kilómetros del punto donde cayó la bomba en Nagasaki, tres días después de un golpe similar contra la urbe de Hiroshima.
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Vivía junto a la madre, una hermana, un hermano y una tía de 15 años, pues el padre se había alistado en el ejército y se encontraba lejos.
Indicó la anciana que solo por la explosión murieron 40 mil de las personas que vivían en Nagasaki, y en ese año se estima que un total de 74 mil fallecieron por los efectos de esa detonación.
Mostró una imagen de la nube que se formó tras la explosión, y explicó que ella no puedo verla porque estaba debajo de ese hongo.
Un patrullero pasó y por alta voces ordenó evacuar hacia un área más segura, por lo cual se trasladaron a un poblado cercano, y al salir al exterior comprobaron que el cielo estaba muy sombrío como en el anochecer, pese a que era de día.
"Vimos una masa de cuerpos grises que se nos acercaban desde el norte, eran personas que escapaban de la explosión, sus caras estaban rojas por la hinchazón y sus cabellos manchados de cenizas, estaban tan quemados que los residuos de su vestimenta y de su piel se fundían", según recuerda.
Después supieron que todas las personas que conocieron en aquel lugar murieron en los meses siguientes al bombardeo y estuvieron entre los muchos cuerpos cremados a cielo abierto, "hedor que se percibía en toda la ciudad", según evoca la veterana activista.
"La bomba atómica fue lanzada en un instante — razonó Kimura—, pero las personas afectadas hemos sufrido las consecuencias el resto de nuestras vidas."
La hibakusha de primera generación explicó que en los 10 años siguientes a la guerra sufrió como adolescente la tragedia de compañeros con quienes estudiaba y que perecieron por las secuelas de aquel bombardeo.
En particular evocó a una amiga que un día dejó de asistir a clases, y cuando llegó a su casa para averiguar la encontró en cama, muy pálida y con sangre en todo el cuerpo. Falleció 72 horas después.
Así transcurrieron los nueve meses de embarazo después del casamiento, con la duda de si tener o no familia.
Recordó la activista antinuclear que por confesar su pasado públicamente, sus hijos han estado expuestos a sufrir discriminación, "pero estoy decidida a exponer mi pasado con la esperanza de que se logre la eliminación de las armas nucleares".
Informó que en 2009 su hija fue diagnosticada con cáncer, más de 60 años después de la bomba, y gracias a los cuidados y a los avances de la ciencia actual logró sobrevivir.
"Al año siguiente, a mí también me detectaron un foco cancerígeno en el estómago, supuestamente derivado de mi exposición a la bomba", indicó y recordó que ese tipo de arma no solo afecta a las personas directamente golpeadas, sino que es un legado con alto riesgo de transmitirse de una generación a otra.
Elogió la aprobación el 7 de julio último en Naciones Unidas del Tratado de Abolición de las Armas Nucleares, así como el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz en 2017 a la Campaña Internacional de Abolición de las Armas Nucleares.
"Tal reconocimiento hace que el mundo fije sus ojos en la tragedia y los esfuerzos de nosotros los hibakushas, algo que me hace muy feliz", dijo.
En referencia a sus 82 años y a que el promedio de los afectados por los bombardeos estadounidenses en Hiroshima y Nagasaki rondan esa edad como promedio, Kimura subrayó que la existencia de los hibakushas de primera generación acabará pronto, y por eso redoblan las acciones a favor de la abolición de los arsenales nucleares.
Junto a Kimura, viajaron también a la isla la estudiante Shion Urata, nieta-sobrina de Shinoe Shoda, una cantautora que vivía a 1,5 kilómetros de donde explotó el 6 de agosto de 1945 la bomba de Hiroshima, la cual segó la vida de su padre y su hijo.
Tras esa tragedia, pese a que oficialmente le estaba prohibido, Shoda se dedicó a narrar las historias de esas tragedias en canciones que circulaba clandestinamente. Así vivió 20 años, hasta que murió de cáncer en 1965.
Urata confesó que inspirada en el legado de esa artista y la conmoción que le causaron los ataques de Estados Unidos y sus aliados contra Irak y Libia con artefactos de uranio empobrecido, decidió convertirse en activista por la paz, que organiza campañas, talleres y eventos.
Estudiante en la actualidad de maestría en artes, sostiene que como "hibakusha de tercera generación" decidió dedicarse desde el campo artístico a la lucha contra las armas nucleares para que el legado de las víctimas directas de Hiroshima y Nagasaki no desaparezca cuando muera el último de ellos.