Nueve kilómetros de expectativas separan la costa de Turquía de la isla griega de Lesbos. De un lado se puede avistar la tierra del otro.
"Hace menos de un mes hubo un parto en uno de nuestros barcos. El bebé nació muerto pero lo pudieron reanimar. Uno piensa cómo una mujer que está a punto de parir sale en un barco hacia altamar, imagínate el nivel de desesperación que tiene la gente. Ver esas cosas a uno le parte el alma", contó a Sputnik el rescatista argentino Matías Kosoblik.
Como todo salvavidas, Kosoblik vivía en función de los veranos. A los 22 años, cuando eligió dedicarse a esa profesión, pasaba la alta temporada en la ciudad balnearia de Mar del Plata, en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Tres años después, siguiendo el ejemplo migratorio de otros guardavidas que viajan a España para trabajar en el verano norteño, mientras es invierno en el sur, el Matías despegó.
Allí conoció a Proactiva Open Arms, fundada en 2016 por la empresa española de salvavidas para la cual trabajaba. El año pasado se sumó al equipo de voluntarios que actúan en misiones de salvamento en el Mar Mediterráneo con base en la Isla de Lesbos. "He visto cosas muy duras", destacó.
A finales de agosto un caso le marcó especialmente y cada tanto le hace revivir la escena de horror de la que fue testigo. El joven, hoy con 28 años, participaba entonces de una misión en el Mediterráneo central en la que se rescataron 494 personas. Entre ellas, una niña de unos 3 años "tenía toda la cara quemada", contó.
"La madre y el hermano de la niña habían muerto en el trayecto y solamente había quedado una tía viva. Estuvimos con ella tres días arriba del barco y yo me pregunto qué será de esa niña y cómo será la desesperación de sus padres para escapar. Seguramente ella fue producto de una violación porque la mayoría de las mujeres fue violada", relató el rescatista.
De acuerdo con Kosoblik, las embarcaciones que son de goma llevan tanques de gasolina en el espacio donde se acomoda la gente. "Muchas veces esa nafta se cae y se mezcla con agua salada, generando una reacción química de gases que te quema la piel. En una embarcación de esas van 120 personas o más, y como no se pueden mover, ese gas empieza a subir. Las mujeres y los niños son los más vulnerables porque están en el medio y aspiran ese gas. Se mueren no solo por el gas sino también por las quemaduras", explicó.
El argentino trata de no pensar demasiado. Y sigue adelante. Cierta vez, le tocó experimentar el propio miedo de los refugiados que escapan de guerras, de la miseria o de persecuciones políticas para enfrentarse con todo tipo de amenazas en altamar.
"Se acercaron para decirnos que lo que estábamos haciendo era ilegal y si no los acompañábamos nos iban a disparar. Si vos escuchás la voz de cómo lo decían por radio pensabas: ‘es verdad, nos van a disparar'. Fue un momento muy tenso que duró dos horas en el que el capitán del barco y jefe de nuestra misión se comunicaba con autoridades y buques de guerra de la zona para intentar solucionarlo. Luego de dos horas desistieron de llevarnos", afirmó con la euforia de quien escapó por suerte.
No todas las personas tienen la suerte de ser rescatadas. "Ya nos encontramos con guardacostas turcos en aguas griegas que se llevaron a la gente y se escaparon cuando nos vieron. Si los agarran los turcos seguramente los golpean y los devuelven a desde donde salieron", lamentó.
En la mitad de los nueve kilómetros que separan Lesbos de Turquía hay una frontera que divide las aguas pertenecientes a cada país. Se trata de una línea que se reconoce en los radares de las embarcaciones. Cuando llegan a aguas griegas, los pasajeros adquieren determinados derechos y pueden solicitar asilo con el status de refugiado político, económico o de guerra. Sin embargo, frente a la crisis migratoria a raíz de la guerra en Siria, actualmente solamente los sirios obtienen dicho permiso. "Los demás ya están siendo directamente deportados", resaltó Kosoblik.
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Debido a que salvan la vida de personas en altamar e impiden que sean capturadas por autoridades de las que están intentando escapar, se ha acusado a las ONGs de contribuir al tráfico de personas. "Estamos muy lejos de eso. Lo que hacemos es brindar auxilio a las embarcaciones y a las personas que lo necesitan", defendió el rescatista.
"Este último mes de septiembre ya son más de 2.200 personas que llegaron a esta isla, de dos a cinco embarcaciones por día en diferentes partes de Lesbos", contabilizó.
La asistencia que brindan, sin embargo, no les soluciona la vida. "Ellos creen que llegar acá, a esta isla, significa llegar a Europa y es la salvación, pero es todo lo contrario", aseguró. "Llegar acá es estar un año por lo menos en un campo de refugiados completamente colapsado y se les oscurece el panorama", completó.
"Antes los llevaban por lo menos al continente, pero actualmente llegan acá y acá se quedan, presos en una isla desde donde no se puede escapar a ningún otro lado", observó con tristeza.
"El nivel de vida que llevamos no tiene comparación, desde abrir la canilla con agua potable, hasta salir y saber que no van a caer bombas… En Argentina estoy rescatando a un turista incauto, nada más que eso, y por lo general se le ha avisado que no se meta en un lugar de riesgo porque vamos a tener que buscarlo. En cambio acá la gente está escapándose de lo peor. En sus casas llueven bombas y la desesperación es terrible. Si pudiera pasar todo el día haciendo rescates lo haría, ayudando a la gente que realmente lo necesita", concluyó el joven apasionado.