"Estoy viva. Avisa a mi familia". Solo eso pude decir en los momentos en que la red inalámbrica de la ciudad activaba a sorbos la cuota de internet. Durante las horas que siguieron al terremoto estuve incomunicada. Unas imágenes siniestras de desolación y muerte eran lo único que nos unía a mi familia y a mí. Ellos en Cuba, yo en México. Tanto ellos como yo veíamos el desastre: ellos como espectadores mediante la televisión, yo como protagonista mediante la piel. Allá, en mi casa natal, familia y vecinos se reunieron para saber de mí. Se reunieron casi como quien va a un hospital a que le confirmen que el paciente ha muerto.
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Yo estaba viva, pero no podía avisarles. Tanto ellos como mis amigos solo vieron cómo yo, que me la paso publicando en redes sociales, desaparecía del mapa digital. La mayoría me creyó sepultada en escombros. Y es que en estos tiempos, desaparecer de internet es casi sinónimo de desaparecer de toda la vida.
Cielito lindo
En la Ciudad de México, de por sí, el nivel de contaminación es muy alto, uno mira al cielo y rara vez puede ver el azul, o las nubes. Una mira al cielo y ve gris. Desde este 19 de septiembre de 2017, el cielo además se ve empolvado.
"Yo soy vecina de aquí, me dijeron que se cayó un edificio, ¿en qué ayudo?" Así se presentan continuamente, uno tras otro, miles de mexicanos. En las avenidas cerradas al tránsito por desplomes de edificios, llegan camionetas particulares con cargamentos de agua, comida, cubrebocas, gasas… Los que viven cerca traen palas, sogas, guantes…Todo lo que sirva para remover escombros y buscar vida. Nadie podría pensar, si ve el grado de ayuda y organización, que en este país existe narcotráfico y todos los días matan personas. Definitivamente México es más que corrupción y narco. México es más grande que sus estereotipos.
Las simples cosas
A veces un abrazo, de quien menos imagino que me puede abrazar, conmueve hasta la simiente. O el mensaje innovador de la amiga que anuncia que como no puedo llamar a mi familia, ella lo hará desde su teléfono, pondrá el altavoz, y cuando comunique, debo estar en línea y hablar alto, porque esa será una llamada inusual.
En esa primera madrugada insomne, cuando las sirenas de ambulancias me desgarraban el sueño y confundía el vibrar del edificio con mis temblores internos, me salvó su voz. "Ojalá estuviera allá", me había dicho. Ahora me hablaba para estar: "si no puedes dormir, nos quedaremos conversando toda la noche". Y me quedé dormida escuchándolo, mientras las sirenas de ambulancias se evaporaban en palabras.
Pude al menos dormir dos horas. Dos horas en las que no lloré ni me quebré.
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A la mañana siguiente, como evocación casi de lo indefensos que somos los seres humanos ante los desastres naturales, un amigo escritor me envió este mensaje desde La Habana: "Lo único valioso de este mundo está en el instante en que la gente se ama, o se quiere, o se abraza, o se ayuda a vivir, en un minuto o un año o una vida. ¡Lo demás es tan transitorio!"
Es cierto, pensé, ¡lo demás es tan transitorio!