Cuando Donald Trump se convirtió en el candidato que podía hacer llegar al GOP —Grand Old Party (Manera alternativa de referirse al Partido Republicano)— al poder, muchos de sus miembros veían en el magnate a alguien que podía expandir la base del Partido a los demócratas obreros blancos, decepcionados con las políticas imperantes. Dicha idea alimentó la creencia improvisada de que los hilos de su gestión podrían ser manejados desde la cúpula real republicana. Pasados ya casi siete meses al frente de la Casa Blanca, el reacio accionar de Trump ha demostrado que no va a permitir que nada ni nadie se interponga en sus planes para gobernar a la principal potencia del mundo.
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El débil andamiaje partidario que sostenía al presidente norteamericano comenzó a derrumbarse cuando fue despedido el jefe de personal de la Casa Blanca, Reince Priebus, una de las principales figuras del GOP, producto de sus develadas operaciones para desestabilizar a Trump y a la difícil gobernabilidad que este ha tratado de ejercer. Dicha cesantía se vino a sumar a las numerosas bajas entre los miembros iniciales de la Administración. Cuando se descubrió que Priebus era la principal fuente interna de filtraciones de información oculta a la prensa, comenzaron a caer una a una las piezas de este complejo entramado.

A partir de ese momento, empezó a acelerarse la ruptura y con ella, el fracaso de todas las políticas que Trump viene tratando de implementar como presidente. Si bien las luchas palaciegas comenzaron a evidenciarse cuando la mayoría republicana no pudo reemplazar el Obamacare por un programa de salud acorde a los intereses conservadores, el verdadero escándalo se desató luego de aprobarse casi por unanimidad el programa de sanciones hacia Rusia, un país al cual el magnate ha intentado acercarse desde el comienzo de su gestión.
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Como si esta serie de desventuras no fuera suficiente, los empresarios que en un primer momento apoyaron el programa trumpiano también comenzaron a emprender su repliegue. Durante el pasado 16 de agosto, retirados 10 de los 28 miembros que conformaban el Consejo Asesor empresarial, el mandatario decidió disolver las comisiones que lo conformaban (Manufacturing Council y Strategy & Policy Forum). Este órgano 'ad hoc', creado por el presidente poco tiempo después de asumir su cargo, expresaba un consenso entre los industriales para la aplicación de las políticas proteccionistas y de renegociación de acuerdos comerciales, estipuladas en su agenda económica. El Consejo, conformado por compañías como Dell, Whirlpool, Ford, Dow, Harris Corp., Merck & Co., Johnson & Johnson, Lockheed Martin, GE, Intel, AFL-CIO, Boeing, Campbell Soup Co., Caterpillar, etc. representaba uno de los puntales de su famoso lema "Make America great again".
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Más allá de las versiones que señalan a las polémicas declaraciones vertidas por Trump sobre los sucesos violentos de Charlottesville como causa detonante del abandono empresarial, parecen ser más profundas las razones que llevaron a esta pérdida de respaldo.
Estamos ante el recrudecimiento de una guerra por el poder cuyo objetivo es minar de forma categórica los frágiles cimientos de la misión presidencial. Menos claro resulta el fin último de las maquinaciones republicanas que, en lo fundamental, han decidido unirse a las maniobras emprendidas por el sector demócrata y lo que se denomina el "Estado profundo" estadounidense. Lo cierto es que una puja de estas dimensiones expresa la debilidad del sistema democrático que sustenta al aparato imperialista norteamericano. El complejo panorama que se avizora en el futuro cercano amenaza con redefinir la estructura misma de las relaciones políticas actuales.
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