Ahí está el teniente general Herbert Raymond McMaster, asesor de Seguridad Nacional. O el estratega jefe Steve Bannon, el más poderoso de todos ellos, quien trabaja en la ejecución de la agenda a largo plazo de la Administración y en todos los temas críticos. O su yerno Jared Kushner. En general, Trump se ha venido rodeando de una mezcla de políticos fuera de lo corriente, con mucha experiencia en el sector privado, y aliados del 'establishment' republicano, incluidos algunos halcones de la era de George Bush hijo.
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Según los medios de comunicación locales, McMaster y Bannon han empezado a enfrentarse por sus puntos de vista distintos, concretamente a propósito de la estrategia que están aplicando las Fuerzas Armadas estadounidenses en Afganistán, donde libran una guerra desde hace casi 20 años ininterrumpidos.
Y entonces llegó la soflama de Trump: "Sería mejor que Corea del Norte no amenazase a Estados Unidos. Se encontrarán con un fuego y una furia como el mundo nunca ha visto".
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Parece que Trump buscaba el paralelismo histórico, aunque el influyente diario The New York Times —embarcado en una especie de cruzada contra él— sostiene que la amenaza fue "improvisada". Lo cierto es que resulta difícil pensar en un presidente que use un lenguaje tan drástico como él para gestionar una crisis. Los jefes de Estado suelen emplear habitualmente un lenguaje más moderado en público que en privado, porque temen —con razón— que sus palabras puedan avivar un conflicto o servir de coartada para provocar otro. Pero eso no rige para el actual inquilino de la Casa Blanca.
Trump nos tiene más que acostumbrados a un lenguaje directo e incluso agresivo, lleno de amenazas y descalificaciones a sus adversarios, donde Twitter se ha convertido en un ariete poderoso. Hasta ahora había sido un poco más cuidadoso en el terreno internacional, consciente de las consecuencias. Con respecto a Corea del Norte, solo había llegado a ridiculizar a Kim después de uno de los ensayos misilísticos, cuando dijo: "¿No tiene este chico nada mejor que hacer con su vida?" El salto de ahora resulta enorme y da un poco de vértigo.
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A modo de iracunda reacción, las autoridades de Corea del Norte afirmaron que estaban considerando "cuidadosamente un plan operativo" para atacar preventivamente la isla de Guam, situada en el Océano Pacífico y habitada por 165.000 personas.
La citada división entre los asesores y consejeros de Trump también se vive en relación a este espinoso tema geoestratégico. Mientras que los veteranos McMaster y el secretario de Defensa, Jim Mattis, consideran que Corea del Norte es una seria amenaza que requiere una respuesta firme, Bannon y el ala nacionalista piensan que todo esto no es más que una parte del conflicto con China y que Trump no debería dar más importancia a alguien como Kim Jong-un, a quien toman como un déspota inestable y malvado.
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Algunos analistas en seguridad e inteligencia, como el español Pedro Baños, ya opinan que Trump está usando una vieja treta, la denominada "estrategia del hombre loco", una arriesgada forma de hacer política exterior que Richard Nixon se sacó de la manga durante el apogeo de la Guerra Fría.
La Casa Blanca empleó esta peligrosa estrategia para obligar al Gobierno comunista norvietnamita a negociar el final de la Guerra de Vietnam. Por ejemplo, diplomáticos como Henry Kissinger camuflaron la incursión de 1970 en Camboya como un síntoma de la supuesta inestabilidad de Nixon.
El problema es que Trump no es Nixon ni Corea del Norte es la Unión Soviética.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK