"Estamos en una verdadera emergencia ambiental como consecuencia del modelo sojero implantado", señaló el presidente de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas, Enrique Viale.
El país sudamericano tiene actualmente 23 millones de hectáreas dedicadas al monocultivo de soja transgénica, casi tres veces el territorio de Irlanda.
"En los últimos 25 años se desmontaron 8 millones de hectáreas de bosques nativos y se destruyeron humedales, cuando son superficies necesarias para soportar los fenómenos extremos que se viven como consecuencia del cambio climático", explicó Viale.
El monocultivo de soja absorbe cada año 500.000 nuevas hectáreas, sin que ningún Gobierno haya intentado contener su avance.
El actual Ejecutivo de Mauricio Macri tiene a varios funcionarios vinculados al agronegocio, como el ministro de Agroindustria de la provincia de Buenos Aires, Leonardo Sarquís, también exgerente de Monsanto, y además, "ha bajado las retenciones a la exportación de la soja al tiempo que flexibiliza la legislación ambiental que habíamos logrado, como la Ley de Bosques, hoy desfinanciada", señaló el abogado.
Existen zonas en el país como la localidad cordobesa de Monte Maíz (centro) donde los casos de cáncer se triplican con respecto a la media nacional, ejemplificó Viale.
Fases de la expansión
Por su parte, el ingeniero agrónomo Walter Pengue, doctor en agroecología y profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento en Argentina, explicó a esta agencia que existen tres fases en el avance de la soja.
En esos seis años se perdieron 140.000 establecimientos agropecuarios, a razón de tres por día.
"La escala necesaria para mantener en una ecuación económica la producción de soja pasó de necesitar 250 hectáreas a principios de los años 90, a 350 hectáreas a mediados de la década, hasta llegar a 550 hectáreas en 2002", puntualizó Pengue.
Lo más rentable por entonces no era producir por unidades o hectáreas, sino por volumen, de modo que "los grandes establecimientos adoptaron la tecnología, y los pequeños se fundieron", añadió.
Se incentivó entonces la demanda de más tierra en la región pampeana "a base de comprar tierra a pequeños y medianos agricultores, y fomentada por una fuerte expansión de los pool de siembra (asociación de inversores), que captaron fondos del mercado internacional y nacional", detalló el experto.
Algunos de los principales promotores fueron el grupo El Tejar, que acumuló 800.000 hectáreas, o el grupo Grobo, "más interesado en el negocio que en la soja, con la venta de fertilizantes, agroquímicos y semillas", señaló Pengue.
Esta segunda fase culminó entre 2008 y 2009 para dar paso a la actual: una expansión del cultivo de la soja desde la región pampeana, que se extiende por 55 millones de hectáreas, hasta la región del Chaco, que incluye otros 10 millones de hectáreas (norte-oeste).
Este proceso de "pampeanización" no sólo trasladó el modelo productivo, sino también "su lógica económica, financiera, y su práctica cultural, que es convertir un bosque en algo llano y hacerlo cultivo", indicó el profesor.
"Eso cambia la perspectiva que se tenía del productor rural en la región chaqueña, que tenía la perspectiva de la madera como algo dentro de su lógica hasta visual", agregó.
Esta última etapa en la que se encuentra el país desvela la consecuencia de las dos anteriores: "problemas económicos porque el precio de la soja no es tan rentable, una expansión irracional de la soja, deforestación, cambio de suelos, catástrofes climáticas, y la inacción del Estado para controlarlo", concluyó el ingeniero.
La población de pueblos fumigados y zonas afectadas, sin embargo, comienzan a reclamar un cambio en la producción que contemple otros granos, la fruticultura, y la horticultura.