Impulsado por un motor de cohete, el Shkval soviético era capaz de alcanzar velocidades sorprendentes de hasta 200 nudos por hora —cerca de 370 km/h—. Pero, además de su inusual propulsión, el torpedo contaba con otra tecnología innovadora: la supercavitación.
El gran problema de las armas subacuáticas es que la fricción entre el agua y el equipo bélico causa una disminución de su velocidad. La solución encontrada por los ingenieros soviéticos fue vaporizar el líquido y convertirlo en gas. En el proceso conocido como supercavitación, el Shkval vaporizaba el agua en su camino con la ayuda de los gases calientes generados por sus motores. Al viajar a través del vapor, el torpedo encontraba mucha menos resistencia, lo que le permitía moverse a velocidades muy elevadas.
El proceso de supercavitación afectaba, no obstante, a la maniobrabilidad de los torpedos, razón por la cual las primeras versiones del Shkval tenían un sistema de navegación muy primitivo y los ataques, en general, eran realizados en trayectorias rectas.
Otro inconveniente del arma es que su motor generaba bastante ruido. Cualquier submarino que desplegase un torpedo supercavitante revelaría al instante su posición aproximada. Sin embargo, el desplazamiento increíblemente rápido del arma podría destruir al enemigo antes de que este tuviera tiempo de reaccionar.
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Los problemas del Shkval han sido solucionados en sus versiones posteriormente modernizadas, en las cuales se emplea la supercavitación para acercarse al blanco rápidamente, y luego se disminuye la velocidad del torpedo para posibilitar una navegación más precisa.
Según Mizokami, EEUU intenta desarrollar su propio torpedo de supercavitación desde 1997, pero sin éxito. Mientras tanto, los sumergibles rusos son los únicos del mundo equipados con estas armas. La industria bélica del país, además, ofrece una versión adaptada del torpedo para la exportación, el Shkval E.
Es posible que, en un futuro cercano, las Armadas de otros países adopten diseños supercavitantes, lo que hará la guerra submarina "mucho más ruidosa y mortal", concluyó Mizokami.