Además, la idea de que las elecciones están 'manchadas' y la legitimidad de Trump es 'cuestionable' se ha acabado convirtiendo "en un acto de fe para los partidarios de Hillary Clinton, analistas políticos, senadores demócratas y ciertos parlamentarios republicanos".
El precedente histórico
La idea de culpar a una 'fuerza exterior' por los propios fracasos no es nueva y en el pasado ya ha sacudido la escena política del país norteamericano, escribe el autor.
Además, al elevar al presidente ruso, Vladímir Putin, "al nivel de supervillano", se perjudica el diálogo y cualquier posibilidad de que se produzca un esfuerzo sincero para rebajar las tensiones en las relaciones ruso-estadounidenses, advierte Carden.
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La vigente histeria antirrusa, que alcanza incluso a las figuras más respetadas del mundo liberal, sumada a las duras acusaciones infundadas contra el país eslavo, evoca la situación vivida durante la década de los 50 del siglo pasado, marcada por la 'omnipresente amenaza roja'. En aquella época, incluso al presidente Dwight Eisenhower le llamaron "agente convencido y dedicado al complot comunista", recuerda el autor.
Un peligro oculto
Pero con ello se corre el riesgo de ignorar la amarga realidad de la situación política norteamericana y sus relaciones con Rusia, según el analista. Cada vez son más frecuentes los intentos de difamar a los políticos o entidades de EEUU por sus supuestos 'contactos con Rusia', un argumento que empieza a convertirse en sinónimo de condena al ostracismo.
"Esta rusofobia paranoica, que fue un brote local en 2014, se convirtió en 2016 en pandemia", declara Carden.
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"En sus intentos por deslegitimizar a Trump, los demócratas recurren a sembrar temores xenófobos y a desacreditar a determinadas personas. Pero sacar a relucir los peores ejemplos de las tradiciones políticas de EEUU para ganar peso político contra Trump no es solo imprudente. Es un tiro destinado a salir por la culata", concluye Carden.