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Cortés y La Malinche: una historia de amor

© Wikipedia / Wolfgang SauberEl fresco de Hernández Xochitiotzin 'Discusiones entre Taxcaltecanos y Hernán Cortés'
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En la escalera del primer piso del antiguo colegio de San Idelfonso, en la ciudad de México, destaca un mural pintado al fresco en 1926 por José Clemente Orozco. "Cortés y la Malinche" se llama y eterniza, a su forma, la controvertida historia de amor que destruyó a un imperio y forjó a un país.

En efecto: pocos amores han sido tan incomprendidos y vilipendiados como el que se profesaron la indígena nahua Malinalli Tenépatl y el conquistador español Hernán Cortés. Se juzga a sus protagonistas a la luz final de la Historia, que es el arte de las generalizaciones, en torpe olvido de lo biográfico, que se decanta por los detalles y vuelve únicos a cada hombre y mujer.

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Malinalli Tenépatl y Hernán Cortés se conocieron el 15 de marzo de 1519. La víspera, las tropas de Cortés, poco más de 400 hombres, habían enfrentado en la llanura de Centla a las fuerzas del cacique Tabscoob, unos 40 mil mayas-chontales. Poco importó la superioridad numérica. Los españoles resultaron vencedores por el poder destructor de sus arcabuces, mosquetes y bombardas, y por el pavor que causó la caballería entre los nativos, quienes pensaron que hombre y equino eran un mismo y terrible ser. Como reconocimiento de la derrota, Tabscoob —de su nombre deriva la voz "Tabasco"— agasajó a Cortés no sólo con mantas y artesanías de oro: le llevó también veinte mujeres con el propósito de que sirvieran como cocineras en una tropa que carecía de mujeres para las faenas domésticas. Una de ellas era Malinalli Tenépatl, "una muy excelente mujer que se dijo doña Marina, que ansí se llamó después de vuelta cristiana", según refiere Bernal Díaz del Castillo en su "Historia verdadera de la conquista de la Nueva España".

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A Malinalli Tenépatl —la Malinche, corrupción de Malintzin, "noble prisionera"—, la Historia la llama "traidora". Se le cuestiona su entrega y devoción a Cortés, al punto que hoy "malinchismo" define peyorativamente en México la actitud de toda persona que prefiere lo extranjero por sobre lo nacional. Se suele olvidar que Cortés se aleja de la imagen estereotipada del saqueador inculto por su dominio del latín y sus conocimientos prácticos de leyes (algunos estudiosos lo consideran el auténtico escritor de la "Historia verdadera de la conquista de la Nueva España"); se suele olvidar también que antes de ser entregada a Cortés, Malinalli Tenépatl había sido vendida de niña por su propia madre a mercaderes de esclavos y que llegó al cacique Tabscoob como trofeo de una guerra que el maya le ganó a los mexicas.

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Fue este decurso biográfico el que fijó la prioridad de las lealtades de Malinalli Tenépatl. Que Cortés la haya alejado del servicio doméstico para emplearla como intérprete por el conocimiento del náhuatl y del maya (lengua nativa y lengua asimilada, respectivamente) fue la génesis de un connubio total que llevaría al derrumbe del mayor de los imperios mesoamericanos. Se cuenta que Cortés le trasmitía sus palabras a Gerónimo de Aguilar, el primero de sus traductores, quien conocía la lengua de los mayas por haber vivido entre ellos tras sobrevivir a un naufragio, y éste se lo explicaba en ese mismo idioma a Malinalli para que lo vertiera luego al náhuatl. Si alguien supo "interpretar" a Cortés fue Malinalli Tenépatl, si alguien supo "traducir" los sueños de aquel barbado hidalgo español al que los mexicas creyeron Quetzalcóatl, uno de sus propios dioses, fue ella, quien incluso alteraba en ocasiones el sentido del discurso que traducía para que éste resultara "siempre favorable a Hernán Cortés", sobre todo una vez que su dominio del castellano convirtió en prescindible a Gerónimo de Aguilar.

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En su "teoría triangular del amor", el psicólogo estadounidense Robert Sternberg postula la necesidad de tres elementos que complementen a los sentimientos para volver sostenible una relación amorosa: "confianza, pasión y compromiso". El primero nace de compartir "sueños e ilusiones"; el segundo se nutre de la "atracción y el deseo" y el tercero procura el apoyo y la ayuda de la persona amada. Más allá de los insondables laberintos de la psique humana, el amor de Malinalli Tenépatl y Hernán Cortés es pródigo en estas certidumbres.

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En Cholollan (Cholula), por ejemplo, ciudad a la que llegó en su camino a Tenochtitlán, Cortés se libró de una conjura en su contra por parte de los cholutecas gracias al aviso oportuno de Malinalli, alertada a su vez por la indiscreción de una anciana indígena; Malinalli también lo protegió de los propios españoles, descontentos por el actuar de Cortés en una tierra a la que habían llegado en principio para simples labores de reconocimiento —no de conquista— por mandato del entonces gobernador de Cuba, Diego Velázquez. Cortés, por su parte y a su modo, le regresó esos favores a su intérprete: tras la "Noche Triste", la derrota de los españoles ante los mexicas a las afueras de Tenochtitlán el 1 de julio de 1519, su preocupación primera fue el destino de su concubina y traductora; llamó Martín, como se llamaba su padre, al primogénito de ambos al que no abandonó a la suerte del bastardo. Y al regresarse a España por órdenes del rey Carlos V, casó a Malinalli con Juan Jaramillo, su primer capitán, para protegerla de cualquier acechanza y asegurarle el futuro en el mundo mestizo que nacía de las ruinas de otro y al cual nunca habría de regresar.

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Mucho de ello hay en el mural de Orozco con el que principian estas líneas: con su brazo izquierdo Cortés protege a Malinalli mientras su mano derecha sujeta con firmeza la diestra de la indígena. La desnudez de los protagonistas los despoja de lo aparencial para recrearlos como la pareja germinal del Nuevo Mundo. Un mundo nacido de un amor mal traducido por la Historia, que rebajó a miedo, vileza y vasallaje lo que fue biografía entreverada de confianza, pasión y compromiso. Un amor que destruyó a un imperio pero también forjó a un país.

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