Para controlar todos esos kilómetros el gobierno brasileño impulsó en 2012 el Sistema Integrado de Control de Fronteras (Sisfron en sus siglas en portugués), un proyecto liderado por el Ejército que unifica radares, sensores, satélites y otros instrumentos de control y transmisión de datos.
El Sisfron nació como un proyecto piloto y aunque ya consumió 1.000 millones de reales (317 millones de dólares) desde su puesta en marcha, según la prensa local, tan solo cubre 660 kilómetros en el estado de Mato Grosso do Sul —que limita con Paraguay y Bolivia—, cerca del 4% de las fronteras que tiene el país.
A la dificultad de colocar militares u otros agentes en estas zonas escasamente pobladas y de difícil acceso se suma la dificultad añadida de que los ríos suponen vías de comunicación que facilitan el tráfico ilegal de personas, armas y drogas.
"Muchos ríos entran en nuestras ciudades, llegan hasta Manaos (capital del estado de Amazonas y ribereña de este río) por lo que el control que podemos llevar a cabo se dificulta muchísimo", explicaba recientemente al diario O Globo el general Geraldo Antonio Miotto.
El debate sobre el control de las fronteras brasileñas se reabrió recientemente debido a las masacres que se sucedieron en varias cárceles de Brasil, que en lo que va de año dejaron más de 130 presos muertos y que evidenciaron que los presos consiguen fácilmente armas debido a los escasos controles fronterizos.