Nacido entre los años 1864 y 1872, este campesino siberiano casi analfabeto se convirtió en una personalidad religiosa famosa en la Rusia zarista ya en el año 1904.
El mismísimo emperador Nicolás II se interesó por este 'hombre divino' y le hizo una visita personal.
Con el tiempo, Rasputín fue ganando influencia en el seno de la familia imperial, porque se creía que ayudaba al único hijo del emperador, el zarévich Alexéi, a luchar contra la hemofilia que padecía.
Según numerosos testigos, cuando se producía un agravamiento de su enfermedad y los médicos eran incapaces de ayudar al niño, Rasputín conseguía que se recuperase.
La influencia de Rasputín en la familia imperial lo elevó a la categoría de deidad. Con una sola palabra era capaz de conseguir condecoraciones para los funcionarios y en tan solo un par de horas podía promoverlos a puestos que requerían años de servicio.
"No hacía falta tener ningún conocimiento ni talento especial para realizar la carrera más brillante, solo era necesario contar con el favor de Rasputín. Ninguno de los 'favoritos' —validos— de los zares rusos había alcanzado jamás tanto poder como él", señalaba Aron Simanovich, secretario particular de Grigori Rasputín.
Sin embargo, la Iglesia no confiaba en el monje y ponía en duda sus supuestos superpoderes. Se le llegó a investigar por sus vínculos "con sectas", pero al final, la conclusión siempre era la misma: "es un hombre cristiano y espiritual que busca la verdad de Cristo".
El historiador de la iglesia Gueorgui Mitrofánov asegura que "Rasputín no era un impostor, sino que estaba realmente dotado de una forma especial de ver el mundo y de unas capacidades espirituales excepcionales".
No obstante, en los años 1910-1911, Rasputín perdió su imagen de hombre justo. Por la capital corrían rumores sobre su embriaguez, su libertinaje y sus peleas, así como por su capacidad de hipnotizar a las mujeres.
Durante las investigaciones realizadas por la Iglesia ortodoxa, Iliodor, autor de un libro sobre Rasputín titulado 'El demonio santo', tachó a su conocido de "impostor y libertino".
"Rasputín es un impostor y un famoso libertino. Con su poder sobre las mujeres sedujo a un número incontable de ellas. Una de sus desafortunadas víctimas vino a pedirme ayuda y me contó que el acusado la había hipnotizado y ella era incapaz de resistirse. Y, entonces, esta creación loca trató de seducirme a mí. Por supuesto, la envié al hospital para enfermos mentales, pero me temo que perdió la cabeza para siempre".
Poco después del escándalo de las cartas, uno de los diputados de la Duma Estatal solicitó oficialmente información sobre Rasputín a las autoridades y su nombre apareció en los periódicos de todo el país.
El prestigio del monje sufrió un gran golpe y se vio obligado a abandonar San Petersburgo. No obstante, su influencia no hizo más que crecer.
Según el historiador y escritor Alexéi Varlámov, durante sus últimos meses de vida, Rasputín tomó mucho alcohol, como si supiera lo que le iba a pasar. Él mismo había profetizado que su muerte conllevaría también el final de la dinastía de los Románov.
Se supone que el complot contra Rasputín, con el fin de salvar el prestigio de la familia imperial, fue organizado por el príncipe Félix Yusúpov, el gran príncipe Dmitri Pávlovich, el diputado monárquico Vladímir Purishkévich y el oficial del servicio de inteligencia británico Oswald Rayner.
El 30 de diciembre, en casa de un familiar del zar, los miembros del complot dieron primero a Rasputín vino y empanadas envenenados con cianuro de potasio. Sin embargo, el veneno no surtió efecto. Es más, Rasputín bebió varias copas y propuso seguir con la fiesta.
Entonces, los asesinos le dispararon varias veces y por último lo tiraron a un río semicongelado para que su cuerpo se hundiera bajo el hielo.
Dos meses después de la muerte de Rasputín, la monarquía fue derrocada. Más adelante, durante la guerra civil rusa, la familia Románov fue fusilada en el sótano de una de sus casas, en Ekaterimburgo.
En la década de 1990, algunos círculos ortodoxos propusieron canonizar a Rasputín. Pero la Comisión Sinódica de la Iglesia ortodoxa rusa para la Canonización de Santos rechazó la iniciativa.
100 años después de su muerte, Rasputín sigue siendo uno de los personajes más inquietantes de la historia de Rusia.