Las posadas evocan el peregrinar en cada una de las nueve noches previas de María y José, desde el 16 de diciembre, hasta encontrar refugio, para que ella pueda dar a luz en un pesebre de un portal de Belén, humilde y precario, como dice el relato bíblico.
Las procesiones nocturnas, en barrios y colonias, juegan a expresar los cantos de villancicos para que, "en el nombre del cielo", los peregrinos pidan posada a la luz de las velas.
Luego de varios intentos, son acogidos finalmente por piadosos anfitriones, que ofrecen pan casero y ponches de frutas, para aplacar el frío de las noches de invierno boreal.
Sincretismo religioso
Igual que la mayoría de las grandes festividades mexicanas, el origen se remonta a los mitos y leyendas de las culturas prehispánicas, como el culto a la diosa madre Tonantzin, que el 12 de diciembre daba inicio a aquellas festividades anuales.
Con el relato de la aparición de una virgen morena en 1531, ante el indígena Juan Diego en el Cerro Tepeyac, diez años después de la caída de la Gran Ciudad Tenochtitlán, y la historia de la evangelización encontró un estandarte para propagarse.
Pero la tradición católica asoció esas fechas al peregrinar de María y José, antes del inminente nacimiento de su hijo Jesús, y no de una diosa madre o un dios azteca de la guerra.
En todos los pueblos de México, las pequeñas procesiones con velas, y acaso el estallido de cohetes de pirotecnia, rememoran aquellos caminos relatados en la tradición del Nuevo Testamento cristiano.
Sólo después de que el último verso ha sido cantado —relata—, se abre la puerta simbólica del refugio, y los peregrinos ingresan a la casa que los anfitriones han preparado y adornado para toda la comunidad, barrio o colonia, a veces con la colaboración colectiva.
La costumbre evangelizadora de los primeros frailes, encontraron la forma de conjugar las tradiciones, explica: "Esa tradición evangelizadora se prolongó hasta ser autorizada en una bula papal en 1587, por el Papa Sixto V".
El resultado ha sido una mezcla de las tradiciones prehispánicas con los nuevos relatos de los ritos católicos, españoles.
Las fiestas de las dos tradiciones coincidieron en la época decembrina del invierno boreal.
Por lo tanto, ambas costumbres, la cristiana y la azteca, se conjugaron, y después de la conquista española, "los misioneros celebraban ambas procesiones mezcladas, y hechas una misma, como muestra de empatía y transmisión de su mensaje".
Las piñatas
Convocar a los niños a romper las piñatas es el desenlace feliz de cualquier Posada.
Fabricadas con ollas de barro o cartón cubiertas de papel maché de colores, con forma de estrellas de siete picos –los pecados capitales–, son aporreadas por los niños para obtener la recompensa de frutas y golosinas, en una antigua tradición de las fiestas mexicanas de Navidad.
Colgadas de una cuerda a lo largo de la cual oscilan, simulando su viaje por el cielo, los niños intentan romperlas con los ojos vendados.
Las piñatas, cuyos primeros registros occidentales se remontan al encuentro de los primeros navegantes europeos que viajaron a China, en la Edad Media, llegaron a América con los frailes franciscanos, para indicar el mensaje cristiano contra los pecados humanos.
Aporrearlas es acabar con esos males y la recompensa son las golosinas y frutas de estación que brotan de ellas, como las mandarinas, la jícama y los trozos de caña dulce.
Onofre explica: "La estrella tiene siete picos que representan los siete pecados capitales, sin duda explicado en la lengua vernácula, al romperla los pecados serán vencidos por ser destruido".
"También simboliza la estrella que ha guiado a los Reyes Magos hasta el pesebre de Jesús", indica.
El México festivo no se detiene en las fiestas de Año Nuevo, y el día más ansiado por los niños, antes que Santa Claus, que solo suele traerles ropa nueva, es del día de los tres Reyes Magos.
"El 6 de enero se celebra la verdadera fiesta de los juguetes de los niños en México, no importa qué tan humilde sea, siempre habrá algo para el juego infantil", puntualiza la experta.