Durante la I y la II Guerra Mundial, las autoridades alemanas intentaron establecer el control sobre la prostitución en los territorios que ocupaban. En un artículo publicado en la revista Gender & History —Género e Historia, en español—, los historiadores Maren Roger y Emmanuel Debruyne cuentan cómo se llevaba a cabo este control y qué consecuencias tuvo esta 'política'.
Esperando una orgía en París
Las primeras semanas de la I Guerra Mundial estuvieron marcadas por la invasión alemana de Bélgica y Francia.
Debido a las expectativas generadas de que este conflicto se convirtiera en una guerra relámpago, los oficiales del Ejército alemán no pensaban en regular la conducta sexual de sus hombres. Por el contrario, se consideraba que la guerra iba a contribuir a la 'recuperación moral y biológica de la nación'. Pero, por supuesto, los abusos sexuales contra los ciudadanos de los territorios ocupados pronto se convirtieron en norma.
El período de septiembre a noviembre de 1914 fue un momento crucial tanto en el curso de las hostilidades, como en la conducta sexual de los hombres movilizados. En estos meses se certificó que no se iban a alcanzar los objetivos establecidos por el Ejército.
Los solados esperaban una gran orgía en París, pero tenían que conformarse con las prostitutas belgas y francesas de las provincias ocupadas. Bruselas se convirtió entonces en una de las capitales de la prostitución.
Los mandos del Ejército alemán tuvieron que aceptar el hecho de que la guerra iba a durar mucho tiempo. Las enfermedades de transmisión sexual, que los soldados contraían en los burdeles, podían minar el espíritu de combate de sus hombres. Las exhortaciones por parte de los oficiales de no seguir "el libertinaje francés" parecían no tener mucho efecto entre la tropa. Los soldados recibían periódicamente folletos alertando sobre los peligros de mantener relaciones sexuales ocasionales, que contenían recomendaciones como por ejemplo el uso de preservativos en sus contactos sexuales.
A principios de 1915, las autoridades alemanas no solo dejaron de desmantelar los prostíbulos de los territorios que ocupaban, sino que empezaron a regular su funcionamiento.
En Bélgica, a las prostitutas y mujeres sospechosas de ejercer la prostitución, las obligaban a someterse a un chequeo médico dos veces por semana; los soldados, que habían tenido contactos sexuales con meretrices, también se sometían a un procedimiento similar. Se estableció una 'brigada contra el vicio', compuesta por oficiales alemanes y representantes de la administración local. Los nombres de las mujeres que pasaban el chequeo médico, entraban a formar parte de una lista especial. Así se pretendía controlar a todas las prostitutas.
Dictadura preventiva
Esta política llevaba el nombre informal de 'dictadura preventiva', que incluía la práctica de la hospitalización forzosa de mujeres infectadas con enfermedades de transmisión sexual. Al principio, al igual que en los tiempos anteriores a la guerra, recibían tratamiento en los hospitales civiles. Pero estos centros médicos acabaron sin poder atender a todos los pacientes debido a la creciente afluencia de enfermos y heridos.
Entonces, para las prostitutas infectadas se establecieron clínicas especiales. Allí, las mujeres vivían en condiciones propias de una cárcel, literalmente, y además sufrían castigos corporales.
La prensa local clandestina tachaba la Alemania de antes de la guerra como un nido de libertinaje. Según estos medios, los alemanes habían llevado enfermedades a Bélgica y habían infectado a las mujeres belgas.
Mientras tanto, los alemanes se creían salvadores de los "oscuros países europeos". A los polacos los llamaban "poseídos por instintos primitivos", a los belgas "inmorales" y a Francia "la cuna de la fornicación y la pornografía". Los ocupantes estaban difundiendo el mito de que las prostitutas francesas infectaban deliberadamente a los soldados alemanes con enfermedades venéreas.
El 'doble rasero' de Adolf Hitler
Adolf Hitler y el Partido Nacionalsocialista, que llegaron al poder en 1933, practicaban una doble moral. Por un lado, reconocían a las prostitutas como elementos antisociales y las enviaban a campos de concentración. Por otro, al comienzo de la II Guerra Mundial, el Tercer Reich desarrolló un sistema de burdeles en los territorios ocupados e incluso en los campos de concentración. Las prostitutas registradas en estos centros eran privadas de todos sus derechos y libertades.
Polonia se convirtió en el primer país en el que las autoridades de ocupación organizaron una red de burdeles. Posteriormente, esta práctica se extendió a otros territorios ocupados. Los nazis basaban su red de prostíbulos en la infraestructura ya existente de burdeles cuando era posible. Por ejemplo, en Francia y en los Países Bajos, ya existía un sistema de registro de burdeles y control de la prostitución antes de la ocupación alemana.
En la URSS, por el contrario, la situación era muy diferente. En 1936, el Partido Comunista anunció que la prostitución en el país había sido erradicada, y la industria del sexo pasó a la clandestinidad. Los nazis tenían que buscar a proxenetas locales que les ayudaban a encontrar prostitutas. O directamente levantaban sus burdeles desde cero.
En este contexto, era muy importante la ideología nazi, que no permitía la mezcla de razas. Por ejemplo, los eslavos eran considerados una raza inferior, y el sexo con las mujeres eslavas estaba prohibido para los arios. Las mujeres polacas, checas y soviéticas pertenecían a esta categoría. Sin embargo, a los soldados alemanes se les permitía el coito con las eslavas dentro de los límites de los burdeles oficiales. Pero las judías y gitanas eran excluidas por completo de este sistema, ya que, según la jerarquía racial del Tercer Reich, ocupaban el escalón más bajo.
La creación de los burdeles se justificaba con la lucha contra las enfermedades de transmisión sexual, así como por cuestiones de política y seguridad. Así, se pretendía evitar también las fugas de secretos militares a terceros países. Asimismo, se consideraba que los hombres satisfechos sexualmente violaban menos a las mujeres locales. Además, los burdeles suponían un dique de contención para las relaciones homosexuales entre los soldados, consideradas por los nazis como antinaturales.