La fase activa de la guerra fue precedida por una larga escalada de tensiones y por los acuerdos firmados entre las distintas potencias mundiales. El 30 de septiembre de 1938, Alemania, Italia, Francia y el Reino Unido firmaron el pacto de Múnich con el objetivo de poner fin al llamado conflicto de los Sudetes. Los acuerdos firmados implicaron la aceptación por parte de Londres y París de las exigencias territoriales de Adolf Hitler sobre la entonces Checoslovaquia.
De esta manera, el Reino Unido y Francia intentaron evitar una nueva guerra a gran escala y cedieron ante Alemania a cambio de que Hitler no exigiera más territorios europeos ni las antiguas colonias alemanas en África y Oceanía —que habían pasado a manos de los vencedores de la I Guerra Mundial—. Esto provocó que el führer dirigiera su 'atención' expansionista hacia el Este.
De esta manera, el acuerdo firmado con la Unión Soviética —además de garantizar que Alemania no tendría que luchar en dos frentes— permitió que Hitler invadiera Polonia sin miedo a que Moscú o las potencias occidentales arruinaran sus planes, que, como se supo más tarde, iban mucho más allá de la ocupación de Varsovia.
La invasión fue fulminante —con la ayuda de una red de espías, infantería motorizada y aviones de la Luftwaffe—. Hitler, aplicando la táctica del blitzkrieg —o 'guerra relámpago', en alemán—, logró avanzar en el territorio polaco de una manera imparable sin que el Ejército polaco tuviera el tiempo suficiente para articular la defensa.
En aquel momento, en otoño de 1939, pocos se podían imaginar que la invasión de Polonia era solo el primer paso de Hitler hacia el inicio del conflicto bélico más devastador de la historia de la humanidad.