La visita de Barack Obama a Grecia en su gira de adiós a Europa puso en evidencia la importancia que Washington concede a una zona del Viejo Continente que vive bajo un polvorín repleto de incendiarias armas ideológicas, nacionalistas, de disputas territoriales, diferencias étnicas, religiosas y estratégicas.
Atenas es un aliado estratégico de máxima importancia para Washington. Y el presidente norteamericano debía jugar el papel de abogado de Grecia ante las exigencias de los acreedores europeos. Para el presidente saliente, la deuda que soporta la economía griega debe ser aligerada.
"La austeridad no es la mejor política económica", afirmaba Obama, travestido en socialdemócrata europeo ante Alexis Tsipras, el primer ministro, líder de Syriza, el partido de la izquierda radical nativa.
No todos en Grecia agradecieron las palabras del inquilino de la Casa Blanca. Los griegos saben muy bien que la política de Washington obedece a la preservación de sus intereses y no a una acción propia de una ONG. Obama se despedía de Europa también como jefe de la OTAN y bombero de los Balcanes.
Tsipras y la 'carta Putin'
Oficialmente europeístas y atlantistas, los griegos hacen valer su religión ortodoxa, compartida con Rusia, para amenazar a sus vecinos con que podrían recurrir a Moscú en caso de graves desacuerdos. Unos lo llaman diplomacia; otros lo denominan chantaje.
Por si fuera poco, Grecia mantiene también un litigio territorial histórico con su vecina Macedonia, cuyo nombre rechaza, considerando que esa denominación corresponde a una de sus regiones.
Por supuesto, para Estados Unidos y para la UE, el retorno al poder en Atenas de la derecha evitaría muchos dolores de cabeza. Las encuestas van en ese sentido; los conservadores aventajarían en más de un 15% a Syriza, si las elecciones se celebraran hoy.
Como la de Bill Clinton en 1999, la vista de Obama estuvo teñida de manifestaciones. Comunistas y anarquistas, que consideran a Syriza una marioneta de EEUU, no han olvidado el apoyo de Washington a la Junta militar que gobernó Grecia entre 1967 y 1974.
Bulgaria y Moldavia, 'prorrusos'
Macedonia aspira a ingresar en la UE y es cortejada por los dirigentes de la alianza militar occidental. Recordemos que en otro país vecino, Montenegro, se enfrentan también partidarios y detractores —'prorrusos'— de la entrada de su país en la OTAN. El Gobierno minoritario del otrora pro-Milosevic, Milo Djukanovic, ahora pro-Alianza Atlántica, ha decidido privar al país de un referéndum para decidirlo.
Las urnas están demostrando en los Balcanes que no todos los ciudadanos quieren ser etiquetados como prooccidentales o prorrusos. Se rebelan contra la obligación de elegir entre campos enfrentados y reflejan la frustración por las promesas incumplidas y la pérdida de unos canales comerciales y culturales de los que se les privó, esperando 'al este del Edén' los frutos de su adscripción al mundo feliz que se les prometía desde la UE.
En esas condiciones, el vientre sur de Europa cobra protagonismo en la lista de los tableros de juego de la guerra de influencia entre Estados Unidos y Rusia. Esperando a Donald Trump, tanto la UE como la OTAN van a afinar sus discursos. Los militares lo tienen más fácil. Agitar el miedo es más sencillo que vender el sueño comunitario. Millones de euros después, la Unión Europea descubre que su estrategia de comunicación, especialmente en el apartado antirruso, está fracasando.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK