La aspirante demócrata a la Casa Blanca ha cultivado la imagen de una dirigente fría, ambiciosa, pragmática y agresiva, ganándose el apodo de "Hawk" —"halcón"—, por su tendencia a depender en las fuerzas militares para resolver asuntos de política exterior.
La postulante de 69 años ha sido probablemente una de los políticos más interrogados por autoridades federales.
Además ha sido la única primera dama obligada a testificar: en 1996 tras el escándalo de Whitewater, un proyecto inmobiliario fallido en el que los Clinton habían invertido.
Como primera dama durante la Administración de Bill Clinton, una de sus mayores contribuciones fue cuando lideró el plan de reforma sanitaria en 1993 que pretendía proporcionar atención de salud universal a todos los estadounidenses; sin embargo, la propuesta de ley fue derogada en 1994 y nunca se debatió en el Congreso.
Clinton, que se crió en el seno de una familia conservadora y religiosa en Chicago, ha sido muy criticada por defenderlo e incluso llegó a decir que fue una conspiración por parte de la extrema derecha.
Sin embargo, esta polémica relación extramatrimonial, que más tarde el expresidente admitió, no fue el único escándalo, anteriormente tuvo que enfrentar la supuesta infidelidad con Gennifer Flowers, las denuncias de agresión sexual de Juanita Broaddrick, Kathleen Willey, Paula Jones y el caso de "Troopergate" —en el que soldados afirmaron acompañar al entonces gobernador de Arkansas a encuentros sexuales con varias mujeres—.
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Considerada por muchos como una mujer inconformista y tenaz, no es la primera vez que se presenta a unas elecciones presidenciales.
En 2008 también participó en la contienda electoral para la nominación demócrata, aunque perdió contra el senador de Illinois, Barack Obama, que la nombró secretaria de Estado.
Clinton además lideró las sanciones impuestas a Irán por acciones nucleares y los esfuerzos de EEUU de apoyar la Primavera Árabe, que no tuvieron mucho éxito en Egipto ni en Libia, donde estalló la guerra civil y que culminó con la muerte de Muamar Gadafi.
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Uno de sus grandes lastres como secretaria de Estado, y del cual habla en sus memorias Hard Choices (Elecciones difíciles), fue cuando tuvo que testificar ante el Congreso por su pobre gestión antes del atentado que sufrió la embajada de EEUU en Bengasi, norte de Libia, en 2012, que causó la muerte del embajador estadounidense Christopher Stevens y otros tres funcionarios.
Se ha declarado admiradora de Henry Kissinger, quien fue secretario de Estado durante las administraciones de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford y considerado como uno de los más destructores de la historia moderna del país.
En lo que refiere a Latinoamérica, durante el 2009 al 2013 Clinton defendió la militarización, la privatización, los tratados de comercio y golpes de Estado, incluido su papel en el golpe de Estado de 2009 en Honduras que derrocó al presidente democráticamente electo Manuel Zelaya, y que desencadenó que el país se convirtiera en uno de los más violentos del mundo.
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Durante las más de tres décadas dedicadas al servicio público, siempre ha sido muy celosa de su vida privada —lo que podría ser una de las razones por las que se la considera elitista y desconectada del público—.
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Poco se sabe de ella, sólo que le gusta el rock clásico y que su tiempo libre lo dedica a leer, a la jardinería o estar con sus nietos, fruto del matrimonio de su única hija Chelsea Clinton y Marc Mezvinsky.
Si resulta vencedora este 8 de noviembre, la familia Clinton volverá a vivir en la Casa Blanca 16 años después, pero ahora será Hillary la que ha cumplido su sueño de llevar el mando y Bill quedará relegado a un papel secundario que hasta ahora sólo han encarnado mujeres.
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