En octubre de 2006, un inusual terremoto sacudió la parte norte de la península de Corea. Las muestras sobre la calidad del aire en la zona, tomadas por un avión estadounidense, confirmaron que el país ermitaño había logrado detonar una bomba nuclear.
Con esta prueba empezó la historia contemporánea de la Corea del Norte que conocemos hoy: un país presionado por las sanciones internacionales y fuertemente criticado para que abandone su programa nuclear, pero que sigue con los ensayos a pesar de todas las consecuencias, justificándolos por la necesidad de garantizar su soberanía en un entorno hostil.
Pero la situación pudo haberse desarrollado de forma diferente.
Génesis del programa
En la Guerra de Corea, Washington supuestamente contemplaba bombardear Pyongyang y sus alrededores con siete bombas atómicas. Esta amenaza empujó al líder norcoreano, Kim Il-Sung, hacia la idea formar su propia industria nuclear.
El desarrollo empezó en forma de una industria civil. Entre los años cincuenta y setenta, fue creado el centro de investigación nuclear con un reactor soviético de dos megavatios de potencia, incapaz de producir plutonio militar. Además, el país entró en el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA).
En 1985, la URSS presionó a Pyongyang para que firmara el Tratado de No Proliferación Nuclear a cambio de la construcción de una planta nuclear y el suministro de un reactor de investigación de cinco megavatios de potencia.
En 1993, la OIEA llamó a realizar una "inspección extraordinaria" de las instalaciones nucleares norcoreanas. Pyongyang no permitió la entrada de los especialistas del ente en su territorio y anunció su salida del Tratado de No Proliferación.
Punto de inflexión
En octubre del mismo año, las partes lograron firmar un 'Acuerdo general', según el cual la parte norcoreana debía cesar el desarrollo de su industria nuclear, acabar con la creación de plutonio y desmantelar sus instalaciones nucleares.
EEUU, por su parte, se comprometió a suministrar al país fueloil —un tipo de combustible usado en las centrales eléctricas—, y, lo más importante, construir en Corea del Norte dos modernos reactores de 1.000 megavatios de potencia, incapaces de elaborar plutonio militar.
Pero estos planes no estaban destinados al éxito.
Cambio a peor
La llegada a la Presidencia de EEUU, en 2001, de George W. Bush supuso un empeoramiento de las relaciones bilaterales. Los reactores estadounidenses nunca fueron construidos y EEUU presentó nuevas demandas contra Corea del Norte.
Bush tachó la nación peninsular de "Estado canalla" —Rogue State, en inglés— por supuestamente continuar con el enriquecimiento de uranio. Los suministros de fueloil fueron congelados. Como respuesta, la parte norcoreana reinició oficialmente su programa nuclear.
Para mediados de la década de los 2000, el país ermitaño se encaminó por completo hacia la creación de sus propias armas nucleares. Como justificación de esta medida, los representantes norcoreanos alegaron la necesidad de la creación de herramientas de disuasión nuclear en un contexto en el que, según ellos, EEUU quería destruir su país y realizar ataques nucleares preventivos.
10 años sin progresos
EEUU y sus aliados en la región a menudo justifican su fuerte presencia militar en la zona y el despliegue de nuevos sistemas antimisiles en el carácter impredecible de los líderes del país y 'la amenaza norcoreana', generando así descontento entre los adversarios de EEUU en la región: Rusia y China.
Mientras Washington y Seúl no descartan —de nuevo— una acción militar contra Pyongyang, Pekín y Moscú, así como otros actores internacionales y regionales, instan a todas las partes del conflicto a que se abstengan de llevar a cabo acciones precipitadas y piden que se avance hacia la distensión en la península de Corea.